«¿Cómo habría de poner «Fin» a un libro que aborda la esencia de un comienzo? A mis siete años, la plaza Herbert fue entregada al abandono: mi padre tenía que combatir a solas su enfermedad mental; mi madre y yo recibimos el mandato de partir para Inglaterra. En la vida real, el cierre de nuestra casa de Dublín no pone punto final a mis recuerdos. Sólo de unos cuantos he dejado aquí constancia escrita.» Así finaliza Siete inviernos. Recuerdos de una infancia dublinesa, el particular y evocador libro de memorias que Elizabeth Bowen (1899-1973) escribió en 1942. Un ejercicio de evocación e introspección en el que la escritora irlandesa recorre, mediante pequeños cuadros de imágenes y retazos de anécdotas, los siete años que pasó en la capital irlandesa y cómo su hogar, su familia, sus institutrices y el entorno cercano conformaron su «educación sentimental».
Siete inviernos: recordar como parte del proceso formativo
Publicada el mismo año que la obra considerada como referente en su producción, Bowen’s Court, Siete inviernos (Seven winters. Memories of a Dublin Childhood) es, más que un libro de memorias al uso, un conjunto de anécdotas e historias de infancia («visuales, más que sociales«, señala la autora) en las que Elizabeth Bowen explora la formación de la subjetividad de los individuos ya que, para ella, recordar también es parte de nuestro proceso formativo.
La organización de los breves capítulos que recorren los siete inviernos que la autora pasó en Dublín durante su infancia están planteados desde la mirada de una niña que va creciendo y observando a quienes y lo que la rodea. Así, los primeros recuerdos de Bowen se circunscriben a entornos pequeños como la casa o su dormitorio, para pasar a otros capítulos en los que se explora partes de la ciudad en las se movía siendo niña.
De este modo, el primer capítulo, «La plaza Herbert», alude a la dirección donde estaba ubicada su casa (el número 15 de la plaza del mismo nombre), que sirve como punto de partida para recordar no tanto el espacio físico sino la relación de sus padres, su llegada a la casa y la psicología de los adultos que la cuidaban: «Yo había nacido, ahora me percato, en un hogar a un tiempo excepcional y profundo, amablemente extraordinario. Quizá por eso sean tan subjetivos, tornadizos e imprecisos los recuerdos exteriores que conservo de aquellos inviernos en Dublín«.
Además de la figura de sus padres, fundamental para su formación como individuo, Elizabeth Bowen también resalta sus recuerdos sobre otros adultos de su entorno, como es el caso de algunas institutrices que con sus cuidados, enseñanzas y diferencias sociales le hicieron tomar conciencia de su «yo». Y, durante ese camino hacia su infancia, las memorias de Bowen pasean por las calles y barrios «respetables» y burgueses por los que caminaba junto a esas institutrices, rememoran la imagen de sus primeros amigos, hijos de familias vecinas y familiares lejanos, y se detienen, en ocasiones, en pequeños detalles como las placas de latón en las fachadas de las viviendas de su barrio, símbolo del estatus de sus habitantes. En este sentido, la autora irlandesa construye un sutil análisis, tamizado por la visión de una niña, del sistema de clases sociales de la Irlanda de principios del siglo XX.
Siete inviernos. Recuerdos de una infancia dublinesa es posiblemente una de las obras menores de Elizabeth Bowen, pero también es un relato ameno y limpio, de «tersa pulcritud», que ejemplifica el estilo depurado y el tono burgués de la narrativa de una de las escritoras más destacadas de la literatura anglosajona de principios de siglo.
Elizabeth Bowen, Siete inviernos. Recuerdos de una infancia dublinesa (traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar), Valencia, Pre-Textos, 2008, 110 páginas.