‘El cielo es azul, la tierra blanca’, de Hiromi Kawakami

En muchas ocasiones, las historias de amor llegan como un evento azaroso. Un encuentro casual, una conversación de ascensor, un inesperado reencuentro. Y, a partir de ese momento casi inexplicable, se puede dar una relación que se va moldeando de manera poco o poco, o que explota como una estrella hasta que se desvanece.

Hiromi Kawakami prefiere retratar en su novela El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor, (Sensei no kaban) una relación entre dos personas muy distintas que van fraguando su interés por el otro a fuego lento, basándose en momentos compartidos no premeditados, en charlas anodinas, en comidas modestas en una taberna de barrio, en recuerdos que más que memorables son el punto de partida de lo que tienen en común.

En esta sencilla y pequeña historia, ganadora del premio Tanizaki en 2001, la escritora japonesa toma unos pocos personajes y traza una historia de amor improbable, minúsculo y cotidiano, rebatiendo la creencia que solo las grandes pasiones son aquellas que vienen precedidos de sucesos importantes y protagonizados por seres especiales. El amor que construye Kawakami en El cielo es azul, la tierra blanca es pequeño y delicado. Lo viven dos personas solitarias (en parte tristes, en parte desilusionadas) que no tenían en sus planes reencontrarse. Sus vidas, como el amor que nace en ellos, son tranquilas, lentas y poco atractivas, pero no por ello dejan de ser valiosas y emocionantes.

Esos dos seres solitarios son Tsukiko, una mujer treintañera, independiente pero vulnerable, y Harutuna Matsumoto, o simplemente «el maestro», un profesor jubilado que dio clases a Tsukiko en su infancia. En medio de la efervescente Tokio, ambos llevan una vida sin sobresaltos ni brillo, dejándose casi llevar pero disfrutando de pequeños placeres como la comida o los paseos, hasta que se reencuentran en una taberna.

A partir de entonces este encuentro definirá los momentos que mayoritariamente comparten ambos durante la novela: las tabernas y la comida japonesa como nexo común, un mundo rico, vivo y sorprendente que se riega con cerveza y bebidas, quizá uno de los pocos espacios en los que los personajes viven con intensidad sus vidas. En este sentido Hiromi Kawakami va dejando pistas en su narración sobre tópicos y motivos que caracterizan la identidad japonesa, como la gastronomía, el paso de las estaciones y el tratamiento de lo efímero como algo relevante y precioso que hay que atesorar.

Narrada en primera persona por Tsukiko, El cielo es azul, la tierra blanca habla es un ejercicio construido con sensibilidad, en el que Kawakami decide construir una historia sencilla sobre un material literario digno y atractivo. Porque también la pasión habita en la contención y en la sencillez, en las miradas y pensamientos, en los gustos gastronómicos compartidos y en la aceptación sutil del otro, con sus defectos y diferencias.

La novela de Hiromi Kawakami tuvo un gran éxito en su país y cuenta además con una adaptación a manga del reputado dibujante japonés Jiro Taniguchi titulado Los años dulces.

El cielo es azul, la tierra blanca es uno de esos libros que necesitan leerse con un tiempo sosegado, que exigen al lector dejarse mecer por el transcurso de una historia que se va construyendo en la cotidianeidad, la admiración y el respeto mutuo. Delicada, hermosa y agridulce.

Hiromi Kawakami, El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor (traducción de Marina Bornas Montaña), Barcelona, De bolsillo, 2018, 214 páginas.

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