A estas alturas todo el mundo está al tanto de las nuevas incorporaciones de palabras al Diccionario de la Real Academia Española. Se trata de la quinta revisión del diccionario que se imprimió en 2001 (más de diez años han pasado ya) y en esta ocasión 1.697 han sido los nuevos términos acogidos. Hay quien se ha mostrado descontento por el retraso en que muchas de estas palabras, ya cotidianas en la lengua hablada y escrita, han llegado al Diccionario. Otros hacen valer el célebre refrán «más vale tarde que nunca». Y algunos, los menos, saludan las incorporaciones con aprobación. Pero lo cierto es que a ninguno ha dejado indiferente que una parte significativa de la nueva remesa de cachorros lingüísticos del diccionario proceda del mundo digital.
Leyendo la lista de nuevos términos no es raro preguntarse cómo es posible que aún no estuvieran reconocidos en la RAE términos como blog, bloguero, USB, página (web), chat o tableta. No hace tanto que estas palabras comenzaron a instalarse en el español de manera habitual y, sin embargo, parece una eternidad desde que esto sucediera. De ahí el desconcierto al descubrir que aún no eran palabras aceptadas en el Diccionario.
La RAE es un institución que se asemeja mucho a un dinosaurio. Es lenta, pesada y tiene una piel dura en la que es difícil penetrar. Nadie exige que cuando la lengua oral y escrita acoja nuevos términos procedentes del inglés o de jergas profesionales como la del marketing, la RAE incorpore inmediatamente esos vocablos. Hace falta intuir si quedarán obsoletos o si son parte de una moda pasajera. Pero lo que no debería hacer esta institución es permanecer aislada de los constantes nuevos usos lingúísticos que llegan procedentes de Internet. Ahí está una parte importante del presente de la lengua, y la RAE debería estar muy atenta a esta realidad.
A la RAE le ha costado bastante aceptar que las «bitácoras digitales» son en realidad blogs, como éste en el que escribo. Una institución tan importante y necesaria como ésta debería cambiar su metodología y mirar más hacia la realidad lingüística sin esperar tanto tiempo a recogerla, normalizarla y explicarla. Soy de las que siempre consulta el diccionario de la RAE ante cualquier duda, pero para encontrar información más completa e inmediata recurro a Fundéu (Fundación del Español Urgente). La Fundación, asesorada por la RAE, es un claro ejemplo de que la lengua es algo vivo y cambiante, y de que la existencia de instituciones que recojan esa realidad, la normalicen y expliquen de manera clara y sencilla (e inmediata) para que todos evitemos cometer errores lingüísticos y cuidemos nuestro patrimonio lingúístico, es esencial.
Reeditar diccionarios es algo muy complejo y costoso que puede complementarse sin embargo con iniciativas parecidas a las de Fundéu en lo que tenga que ver con usos normalizados de términos relacionados con Internet. Una especie de plataforma u observatorio que sea capaz de entender la realidad lingüística de Internet (en muchos casos aún en pañales) y dotarle de reconocimiento mediante acepciones normalizadas y aceptadas por la RAE. Así nos evitaríamos dudas a la hora de escribir «tuit» o «tweet», por poner un ejemplo. ¿Aberraciones lingüísticas? No, tan sólo crear un orden y corrección en la lengua. ¿Por qué no?
Referencias
La imagen es de faydajova y la tomé de Flickr.