Reflejos en un ojo dorado, de la escritora norteamericana de Carson McCullers (Georgia, 1917-1967), tiene uno de los comienzos más seductores que he leído últimamente. Concreto y sugerente en la atmósfera que va a presentarnos y, sobre todo, con la vista puesta en atraer el interés del lector:
«Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El mismo plano de un campamento contribuye a dar una impresión de monotonía. Cuarteles enormes de cemento, filas de casitas de los oficiales, cuidadas e idénticas, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas… todo está proyectado siguiendo un patrón más bien rígido. Pero quizá sean las causas principales del tedio de un puesto militar el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad; ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden.
Y a veces pasan también en una guarnición ciertas cosas que no deben volver a ocurrir. Hay en el Sur un fuerte donde, hace pocos años, se cometió un asesinato. Los participantes de esta tragedia fueron: dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo.»
El esbozo que de su historia hace el narrador de Reflejos en un ojo dorado no es más que una excusa para, precisamente, «enganchar» al lector, ya que la fuerza del relato reside en la atmósfera del universo que recrea y, en concreto, de los personajes que lo pueblan.
En la base militar del sur de los Estados Unidos donde se desarrolla la historia los personajes viven presos de sus pasiones y angustias, encerrados y acorralados en un entorno en el que no parece haber salida. Son personajes que viven en una burbuja asfixiante donde el tiempo transcurre con lentitud. Más que la historia, que contada linealmente se reduce a un adulterio consentido, el desarrollo de una locura y un asesinato, destacan en la obra las miradas que McCullers dirige hacia el interior de sus torturados protagonistas.
Nos encontramos así con el capitán Penderton, cuya homosexualidad no reconocida conlleva el desprecio de su mujer Leonora, quien le engaña con un comandante de la base, Morris Langdon. Su esposa, Alison, asiste humillada al adulterio mientran en ella se desencadena la locura que sólo su criado filipino Anacleto es capaz de contener y aceptar. Y, mirando desde lejos, se encuentra el soldado Williams, un taciturno y solitario hombre aterrado por las mujeres que encontrará en la contemplación de Leonora una vía de escape.
Carson McCullers presenta un lienzo opresivo de una parte del sur estadounidense que ella tan bien supo retratar en sus relatos. Un sur de pasiones, miedos inconfesos y desequilibrios macerados lentamente. Su mirada hacia la sociedad militar es fría y desolada, llena de agudas observaciones sobre un entorno lleno de personajes alienados y desencantados en una estructura donde la rectitud y el orden pueden llegar a ser insoportables.
La escritora juega con elementos que escandalizaron en su época: homosexualidad, vouyerismo, crimen… pero lo hace de una manera refinada y atractiva. En apenas 120 páginas McCullers desmenuza un mosaico de personalidades rotas y las mezcla en una historia donde brilla su peculiar y sugerente estilo. Hollywood rodó una adaptación en los años 60 con Marlon Brandon y Elizabeth Taylor en los papeles protagonistas, pero es inevitable sospechar que no queda nada de la atmósfera de la novela.
Mejor ir al original. Siempre.
Ficha bibliográfica
Carson McCullers, Reflejos en un ojo dorado (traducción de María Campuzano), Barcelona, Seix Barral, 2001, 128 páginas.
La imagen de Carson McCullers está tomada de este enlace.