Monstruos parisinos es un libro que transmite languidez, esa languidez de los salones del París del XIX llenos de mujeres con vestidos de sedas crujientes y brazos desnudos que acariciaban sus copas de vino mientras escuchaban ingeniosas conversaciones de sus amantes. Pura falsedad y artificio. Vidas impostadas al margen de la realidad.
Los veinte retratos que componen el volumen del escritor y poeta francés Catulle Mendès (Burdeos, 1841-1909) nos permiten mirar con monóculo algunos de esos individuos dominados por la frivolidad, el hedonismo y la indolencia. El Decadentismo que palpita en las páginas de Monstruos parisinos introduce al lector en el mundo de los salones galantes y los rincones en penumbra, donde las pasiones, los engaños y los celos se utilizaban como moneda de cambio de cierta esfera social.
El refinamiento de los relatos de Catulle Mendès es en parte acartonado y artificial, pero encaja a la perfección con su intención esteticista. Mendès es uno de esos autores de formidable éxito en su época pero a los que el paso del tiempo ha situado en un segundo plano, un autor menor que sin embargo escribió una obra irreprochable en su contexto literario y que la joven Ardicia ha recuperado recientemente para inaugurar su andadura editorial.
Los relatos de Monstruos parisinos fueron publicados por primera vez en la revista literaria Gil Blas, para ser más tarde recopilados en un único volumen que tuvo un gran popularidad entre los lectores franceses de finales de siglo. En el volumen de Ardicia no están todos, pero sí algunos de los más seductores. El París que dibuja Mendès es el París de interiores, el de los salones-decorado frecuentados por aristócratas, artistas, dandis, cortesanas y vividores que jugaban con la seducción y la búsqueda egoísta del placer. Un pequeño reducto de la sociedad francesa de finales de siglo XIX que tiene más de literaria que de real.
Mendès dibuja un decorado y embellece a sus personajes con atractivas cualidades. El lenguaje ornamental es reflejo de ese universo parisino por el que se mueven los personajes, que funcionan como representantes de algunos de las principales pasiones humanas: el miedo, el amor, los celos, la envidia… Un mundo dominado por la frivolidad y los cuchicheos a media voz en los que Mendès contruye los ambientes mediante sensaciones: «…esa noche, a falta de talento, la alegría campaba ruidosa; y puesto que los vinos eran buenos y las mujeres bonitas, puesto que el vapor de los platos se mezclaban con los olores de la piel y el terciopelo, había en el corazón y en los ojos de los comensales ese alegre humor que proporcionan el buen comer y la carne hermosa.»
Monstruos parisinos se lee como un golpe de rapé. Eso sí, hay que estar preparado para enfrentarse a un tipo de libro que es puro esteticismo y entretenimiento. Acompaña la atractiva edición de Ardicia, cuidada y exquisita como los personajes de Monstruos parisinos hubieran demandado.
Ficha bibliográfica
Catulle Mendès, Monstruos parisinos (prólogo de Luis Antonio de Villena, traducción José Manuel Ramos González, ilustración George Barbier), Madrid, Ardicia, 2013, 192 páginas.
La imagen de la portada del libro es de la web de la editorial Ardicia.