Qué importantes son las recomendaciones para descubrir buenos libros. Importantes y necesarias. La autora de Los hermosos años del castigo, por ejemplo, me llegó a través de una buena amiga, que me habló con enorme entusiasmo de una autora de la que yo no había oído hablar y cuya prosa le había fascinado.
Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940) es, efectivamente, una autora bastante desconocida, alejada de las grandes masas y del circuito comercial, y a cuyo desconocimiento contribuye ella misma con una fama de escritora esquiva que no frecuenta los corrillos literarios. Pese a haber nacido en Zúrich, escribe en italiano, y son muy pocas las noticias que de su vida personal se tienen. A esto se le suma una producción lenta y condensada, que en cuarenta años apenas ha dado lugar a seis libros.
Los hermosos años del castigo: atmósferas y densidad emocional
Los hermosos años del castigo (I beati anni del castigo, 1989) es uno de esos libros que se leen en una especie de nebulosa, que penetran en la carne del lector como la gota lenta y constante que horada la piedra. El de Fleur Jaeggy es un libro de atmósferas, de ambientes enigmáticos y opresivos que gravitan en torno a los personajes y sus emociones. Como indica Enrique Vila-Matas, «al dejar sólo en pie lo esencial, no tiene a veces salida más natural que la inteligencia y la crueldad«.
Nos encontramos con una prosa muy personal. El trabajo de Jaeggy, vertido al castellano por la traductora Juana Bignozzi, es sutil y frío, de frases breves y cortantes. Pese a ello, la textura de la prosa es satinada, capaz de transmitir emociones ocultas justo a través de lo que no dice. Es una escritura de vacíos, de volúmenes ausentes, de profunda densidad emocional.
Así, la escritora suiza juega a crear un mundo etéreo y flotante, ofreciendo al lector una historia (o, más bien, un viaje de conciencia) que se lee a través de un velo que difumina los bordes de los personajes y modela la trama a través de la sugerencia y el silencio.
La vida imaginada de Fleur Jaeggy
Los hermosos años del castigo se sitúa en Bausler Institut, un internado femenino del cantón de Appenzell, uno de los más conservadores de Suiza. La escuela, levantada cerca del lago Constanza, se encuentra próxima a Herisau, el manicomio en el que el escritor Robert Walser estuvo ingresado y en donde pasó los últimos años de su vida antes de suicidarse. Una referencia que no será gratuita en la historia y que marcará el tono opresivo y melancólico de la novela.
La textura de la prosa de Fleur Jaeggy es satinada, capaz de transmitir emociones ocultas justo a través de lo que no dice. Es una escritura de vacíos, de volúmenes ausentes, de profunda densidad emocional.
Allí estudió la narradora-protagonista, que evoca desde el presente sus años en el internado. La construcción de la historia va, por tanto, del presente al pasado en dos direcciones que oscilan entre la mujer narradora del presente y la joven del pasado, una muchacha de quince años enclaustrada en un colegio de ambiente denso y sensual, donde el descubrimiento y el aburrimiento conviven de manera simultánea. La novela se condensa en sus vivencias en el internado y el profundo impacto que le supuso conocer a una nueva alumna, Frédérique, una hermosa y perfecta compañera de la que se sentirá inmediatamente atraída. Es, en definitiva, el recuerdo de un primer amor que, desde el presente, se observa con nostalgia y melancolía.
El fantasmagórico ambiente en el que se mueven las internas, vigiladas por el matrimonio Hofstetter, es denso y marcado por la monotonía y la soledad. Las alumnas se encuentran atrapadas en una factoría de mujeres perfectas, donde aprenden a hablar idiomas y a comportarse con corrección, tal y como se espera que lo hagan en el futuro. Las ambiciones se estrangulan y el alcanzar un buen matrimonio parece ser el único objetivo de felicidad posible que se inculca en sus mentes. No hay lugar para la inocencia en el Bauler Institut. Si acaso, algún pequeño rincón para buscar el contacto humano en medio de la frialdad que les rodea («Nosotras, quizá, todavía éramos inocentes. Y la inocencia, tal vez, alberga cierta tosquedad, pedantería y afectación, como si estuviéramos vestidas de zuavos«). Por eso la aparición de Frédérique resulta un revulsivo para la narradora.
Para las alumnas del internado la vida es un lento transcurrir, una vida en la que el mundo se imagina: «Suena la campana, nos levantamos. Vuelve a sonar la campana, dormimos. Nos retiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a través de las ventanas, de los libros, de la alternancia de las estaciones, de los paseos. Siempre es un reflejo, un reflejo que parece relegado a los balcones«.
Los hermosos años del castigo es un libro bello, de los que te tocan profundo. Le acompaña la hermosa imagen de portada de la edición de Tusquets, el Estudio de mujeres de Fernand Khnopff, que muestra dos rostros de mujer en los que, el del primer plano, se muestra definido y real, aunque ausente, mientras que el del segundo plano se presenta borroso e irreal, como si de la joven protagonista se tratase. Sugerente.
Referencias
Fleur Jaeggy, Los hermosos años del castigo (traducción de Juana Bignozzi), Barcelona, Tusquets, 2009, 118 páginas.
La imagen de Fleur Jaeggy está tomada del diario El País.