Aunque era joven, había vivido y leído mucho y ahora se percataba de la metáfora de la vida en el mar, el puerto y el rompeolas, y supo que quería vivir en un mar bravo, no en el puerto contaminado. También supo que su destino era ser un proscrito, un criminal. De hecho, ya lo habían marcado, por dentro y por fuera. Demasiado tarde para volver atrás. De forma extraña, aquel reconocimiento le hizo sentirse libre, bien consigo mismo.»
Little Boy Blue (1981), del escritor norteamericano Edward Bunker, es un libro de ésos que te sueltan un puñetazo en la boca. Golpean directo y firme, y cuando levantas la vista, te das cuenta de que estás ante alguien muy bueno. Y te rindes. Un libro sobre la violencia, la soledad, la injusticia y la mezquindad que te noquea no sólo por su desoladora historia, sino también por la sobria manera de hacerlo.
Basada en la propia historia personal de Edward Bunker, Little Boy Blue narra la historia de Alex Hammond, un chico de once años que ha pasado la mayor parte de su infancia en casas de acogida tras la separación de sus padres, carentes de medios para atenderlo. La novela comienza cuando Alex llega a El Hogar de los Chicos del Valle, una institución de la que pronto escapará ante los abusos de poder de los propios educadores del centro. Junto a otro compañero, decide robar una tienda, de donde Alex extrae una pistola. Cuando el dueño del comercio los descubre, Alex aprieta el gatillo, iniciando así un recorrido imparable por centros de acogida, reformatorios o incluso instituciones mentales que le llevarán directo hacia un proceso de deseducación como precoz delincuente.
Es cierto que Little Boy Blue es una novela sobre el mundo criminal, pero un mundo criminal visto desde los ojos de un niño. Bunker es un narrador hábil y, más que un libro de género, construye un relato sobre la infancia y la inocencia perdidas. Su Alex no es más que un niño muy inteligente con problemas de autocontrol e ira, pero esto por sí solo no es condicionante para empujarle hacia la delincuencia. La historia de Alex Hammond es la de un niño que pierde su infancia y se ve en el crimen la única salida, un «pobre niño triste» que crece en un mundo de violencia, abuso de poder y autoridad en el que debe endurecerse para sobrevivir. Precisamente este concepto es fundamental para entender la formación del carácter del protagonista: la supervivencia. Para sobrevivir a su paso por las diversas instituciones del estado debe renunciar inconscientemente a lo que de niño queda en él.
Pero que nadie piense que se va a encontrar una historia con tintes dickensianos; Bunker va más allá. Sin moralina ni sentimentalismo, el autor de No hay bestia tan feroz (No Beast So Fierce, 1973) dirige su mirada hacia las figuras autoritarias que condicionan el comportamiento criminal del protagonista: profesores y cuidadores de las instituciones estatales, policía, malas compañías de los centros y, en definitiva, los miembros de una sociedad que da por perdidos a niños con problemas y los aparta en reformatorios que no hacen sino agudizar las dificultades personales a las que se enfrentan.
Como contrapunto a ese mundo de violencia que se refleja en la novela, el retrato de los personajes está teñido de un cierto cariño. La figura de Alex, quizá por lo que tiene de autobiográfica, se recrea con ternura exenta de sensiblería ya que, como el propio Edward Bunker, Alex ha sufrido abandono familiar y pasado por diversas casas de acogida y reformatorios que no hacen sino moldear su personalidad criminal. Pero, en el fondo, el protagonista de la novela sigue siendo un niño que sólo encuentra refugio en la lectura. Así, «…mientras tuviera buenos libros prefería vivir en sus mundos que en la fealdad de su propio mundo real.» En este sentido, es interesante la importancia que Bunker da a la literatura, uno de los pocos espacios de libertad que le quedan al protagonista y que éste reivindica como tabla de salvación en numerosos momentos.
A partir de aquí, como sucede con el personaje de Max Dembo de No hay bestia tan feroz (y que también aparece en Little Boy Blue como secundario en uno de los reformatorios por los que pasa), debe enfrentarse al fatum del delincuente. El camino de Alex Hammond, desde que apretara el gatillo en la tienda donde entró a robar, ha sido decidido por la sociedad. Es un criminal. Y, lo que es peor, un niño delincuente. En un momento de la novela, cuando Alex es acogido por sus tíos, cree en la posibilidad de redimir su futuro y cumplir con lo que se espera de él. Pero, al igual que el personaje de Dembo, se encuentra con una libertad llena de límites y normas, eligiendo así el camino de la delincuencia en el que, al menos, él decide y marca sus propias reglas.
Novela sobria y pesimista, Little Boy Blue es un fascinante relato que golpea y engancha desde las primeras páginas, aunque también una de esas historias que dejan un regusto amargo tras su lectura. Coches robados, correccionales, pérdida de una infancia que tendría que haber sido de otra manera. Quienes quieran acercarse al particular universo de Edward Bunker tienen una oportunidad inmejorable gracias a este libro y al resto de obras del escritor norteamericano que, gracias a la colección «al margen», la editorial Sajalín regala a los amantes de las buenas historias llenas de verdad. Imprescindible.
Ficha bibliográfica
Bunker, Edward, Little Boy Blue (traducción de Zulema Couso), Barcelona, Sajalín, 2012, 488 páginas.
La imagen de la portada de Little Boy Blue de Sajalín fue tomada en 1971 por Phil Hollenbeck. (c) Phil Hollenbeck.