Fiona Maye es una juez del Tribunal Superior especializada en derecho de familia que se enfrenta diariamente a casos relacionados con menores que ponen en cuestión valores morales. Un día, su marido Jack le confiesa que le gustaría tener una aventura con una mujer más joven, Melanie, al mismo tiempo que Fiona debe afrontar un complejo caso de un chico testigo de Jehová quien, por sus creencias, está poniendo en riesgo su propia vida. Inmersa en una crisis personal, la protagonista debe enfrentarse a las decisiones más complejas de su vida.
El argumento de la última novela del escritor británico Ian McEwan (1948), La ley del menor (The Children Act, 2014), se aleja de anteriores (y provocativas) propuestas que escandalizaron a los lectores de los años setenta, ochenta y noventa. Ian McEwan ya no muerde, y su ladrido no es tan fiero. Del cadáver descuartizado de El inocente (1990) o los psicópatas de Primer amor, últimos ritos (1975) el narrador inglés ha preferido poner su mirada en los dilemas morales de una juez que debe enfrentarse a uno de los peores momentos personales de su vida.
La protagonista de La ley del menor es una mujer de casi sesenta años que ha dedicado toda su vida y energías a su trabajo. Un mundo satisfactorio compartido en un matrimonio que hace aguas por la rutina y la falta de intimidad. Cuando una parte de nuestras vidas se rompe sólo nos queda refugiarnos en otra parcela, y en el caso de Fiona Maye el trabajo no hace sino añadir más problemas. Porque la protagonista de McEwan debe enfrentarse a lucha sorda entre razón y fe. El caso de Adam Henry, un inteligente y sensible joven con leucemia que se encuentra hospitalizado porque se niega a recibir una transfusión de sangre que le salvará de la enfermedad que padece, coloca a Fiona en la posición de decidir si la voluntad del muchacho debe prevalecer sobre su derecho a la vida.
El núcleo de esta interesante novela es el personaje de Fiona, una mujer gris y racional que sigue las normas, pero que, de pronto, debe enfrentarse a situaciones que ponen a prueba esa concepción vital dominada por el sentido del deber y de lo que es correcto. Por un lado, el enfrentamiento personal con un matrimonio roto (en parte por su rigidez, en parte por el egoísmo de su marido), y, por otro, la parte emocional con la que debe combatir para extraer un juicio correcto y racional en el que se encuentran involucrados menores.
Es La ley del menor un libro sobre las normas y los deseos, sobre las dudas y los dilemas morales que se deben afrontar en la vida. No estamos ante un Ian McEwan que pretenda escandalizar. No hay fuegos de artificio ni pirotecnia narrativa. Sólo el lenguaje crudo y funcionarial, en el que cualquier situación se argumenta y se explica como si fuera una sentencia. Sólo el final plantea al lector un cierre que deshiela todo lo anteriormente narrado y lo enfrenta a un fogonazo, si bien previsible, difícil de olvidar.
Referencias
Ian McEwan, La ley del menor (traducción de Jaime Zulaika), Barcelona, Anagrama, 2015, 2012 páginas.
La imagen de Ian McEwan tiene (c) de Joost Van Der Broek.