Miedo. Frío. Hambre. Miedo a la oscuridad, a los hombres, a que no haya un lugar al final de la carretera. Miedo a que se acabe la comida. Frío a todas horas. Sobre todo por la noche. Frío en el cuerpo y en el alma. Hambre. Rebuscar en casas abandonadas. Un destello de alegría al encontrar algo. Un día más de supervivencia. La carretera. Hacia la costa. Hacia algo. Hacia nada.
No es fácil encontrar una novela que te haga sentir incómodo, te conmueva y te golpee al mismo tiempo. Una historia que te agarre del cuello y te meta en su universo a empujones. Hacía tiempo que no me pasaba. Y ha tenido que ser con la obra de Cormac McCarthy La carretera. Reconocer que se ha descubierto (a estas alturas) a un escritor tan potente da cierto pudor, pero al menos nos hemos encontrado. Tantas lecturas mediocres cuando podía haber estado sumergida en el mundo áspero y violento de McCarthy. Aún no es tarde.
Cormac McCarthy (1933) es uno de los titanes de la literatura norteamericana contemporánea junto a Philip Roth, Don DeLillo o Thomas Pynchon. Cuando publicó La carretera (The Road, 2006), la novela supuso un pequeño cambio de tercio en su producción narrativa, cimentada en los paisajes del oeste americano y en historias de violencia de obras como Meridiano de sangre (1985) o «Trilogía de la frontera» (1992-1998). En La carretera, sin embargo, McCarthy plantea un escenario postapocalíptico. El lector intuye, aunque nunca se diga de manera explícita, que algo atroz ha sucedido en el planeta, capaz de arrasar todo ser vivo y haber dejado unos pocos supervivientes que deambulan junto a una carretera en busca de comida. Parece un holocausto nuclear por su paisaje cubierto de desolación y ceniza, una catástrofe que ha arrasado la civilización empujando a los seres humanos hacia el salvajismo y la supervivencia. En este escenario un padre y su hijo se aferran el uno al otro intentando sobrevivir y preservar su humanidad mientras caminan por una simbólica carretera en dirección a la costa, donde esperan que pueda haber algún tipo de ayuda. En su camino tienen que esconderse durante las noches, siempre con el miedo constante a cruzarse con otros supervivientes de los que se sabe que son capaces de practicar el canibalismo.<
En su novela, ganadora del Premio Pulitzer en 2007, McCarthy transmite con admirable precisión emociones básicas que se meten debajo de la piel del lector. Por ejemplo, el miedo constante a encontrarse con un peligro, a que se acabe la comida, a enfermar. También el hambre. Y el frío. Y la noche y el silencio: «La negrura en la que despertaba aquellas noches era ciega e impenetrable. Una negrura como para que dolieran los oídos de escuchar.» Y, en medio de esas sensaciones, la dura prosa del escritor norteamericano disemina pequeños destellos de humanidad (el amor paternofilial sin condiciones) y recuerdos de un pasado del que tratan de escapar.
La prosa de La carretera es seca y despojada de cualquier artificio. Se sustenta en frases cortas y directas, imprimiendo a cada palabra un significado concreto y una capacidad de expansión mayor que la de una bomba atómica. No es prosa impresionista que evoque mediante la yuxtaposición de adjetivos o verbos. McCarthy utiliza una prosa descarnada como el mundo que retrata. Belleza mediante la desnudez. La suya es una textura en la que la narración se articula sobre tres ejes: descripciones directas que permiten avanzar la escasa acción de la trama, diálogos breves, y silencios que se generan mediante la combinación de los dos primeros. Con los tres McCarthy tensiona la trama y arranca la carne innecesaria para mostrar el hueso de su historia.
La historia, por su parte, antagoniza el bien y el mal, la luz y la oscuridad. La obra gira en torno a la brutalidad (como en tantas de las novelas de McCarthy, como la célebre Meridiano de sangre), pero en esta ocasión se hipertrofia hacia la devastación, la desolación y la muerte.
El escritor norteamericano reduce al ser humano a la mera animalidad; nunca la máxima de Hobbes de «el hombre es un lobo para el hombre» había quedado tan patente. Así, con este panorama, los personajes han renunciado a pensar en cualquier otra cosa que no sea la supervivencia. «Cuando se dedicaba a mirar cómo dormía el chico había momentos en los que empezaba a sollozar sin poder controlarse pero no por la idea de la muerte. No estaba seguro de cuál era el motivo pero pensaba que tenía que ver con la belleza o la bondad. Cosas en las que ya no podía pensar de ninguna de las maneras.»
Es complejo transmitir las sensaciones que se experimentan tras la lectura de una novela como La carretera. Hay que leerla. Se trata de una de esas obras capaces de convertir a los lectores en acólitos con unos pocos pero efectivos recursos: una poderosa historia, una manera de narrar absorbente y un poso destructor que deja al lector knockeado. Incómoda y necesaria. Una gran novela.
Cormac McCarthy, La carretera (traducción de Luis Murillo Fort), Barcelona, DeBolsillo, 2009, 210 páginas.La imagen de Cormac McCarthy está tomada del blog Tea with Frazen.