Poco se habla de las renuncias que supone ser madre. La maternidad es una etapa de la vida a menudo idealizada, de la que se ha transmitido generalmente una imagen incompleta llena de felicidad y sonrisas, ausente de cansancio, dolor o soledad. Hoy en día, como hace ciento cincuenta años, tampoco se mencionaban las renuncias que conlleva tener hijos. Ni cómo afecta a la salud mental de las mujeres recibir de golpe toda la carga mental y física del cuidado de los hijos. Ni cómo la mujer debe luchar por mantener viva su individualidad y desarrollo profesional y personal.
Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) fue una intelectual y escritora estadounidense que hizo de la lucha por los derechos de la mujer un objetivo vital. Su obra más celebre, El papel pintado de amarillo (The Yellow Wallpaper), se basa en una experiencia autobiográfica y su escritura sirvió, precisamente, para denunciar la penosa situación de muchas mujeres que sufrían depresión postparto y a las que se prescribía «curas de descanso» totalmente contraindicadas para la mejoría de su situación.
Escrito en 1890 y publicado dos años más tarde en la publicación New England Magazine, El papel pintado amarillo es un contundente relato sobre la neurosis que ataca a una joven madre tras dar a luz a su hijo y recibir como prescripción médica «reposo y descanso absolutos».
Su génesis se encuentra en la propia vivencia personal de Charlotte Perkins Gilman: no poder asumir las renuncias que conlleva la maternidad y el cuidado de los hijos, papel que recae mayoritariamente en la mujer y que impide un desarrollo personal y profesional pleno. Estas renuncias al propio desarrollo condujeron a la autora a la depresión y casi a la locura, una experiencia que vertebra el desarrollo del relato. Su principal objetivo, como señala Perkins Gilman en su posfacio al texto en la edición de la editorial Contraseña, era poder salvar a otras mujeres de que les aplicase como terapia la soledad y la inactividad intelectual.
Uno de los focos del relato, en relación a la neurosis, es la mirada hacia las connotaciones psicológicas del color, que en la historia ocupa un papel protagonista. La elección del color amarillo, no obstante, no era novedosa en la época en la que vio la luz el texto. Según indica María Ángeles Naval, autora de la introducción a la edición de Contraseña, se pueden encontrar en la época en la que El papel pintado de amarillo fue escrito otros ejemplos en los que el color amarillo tiene un papel destacado, como La sala amarilla (The Yellow Drawing-
En El papel pintado de amarillo la habilidad de la escritura de Charlotte Perkins Gilman, en relación al color, es transmitir la sensación de opresión y angustia que experimenta su protagonista, totalmente condicionada y desbordada por la visión del papel que decora su dormitorio. En esta espiral de locura que poco a poco se va expandiendo en la mente de la protagonista, el papel llega a tener vida y transmite sensaciones («…ahora que me he acostumbrado a él, solo se me ocurre que es como el color del papel. ¡Un olor amarillo!») Con un estilo conciso y muy efectivo, la escritora estadounidense es capaz de desarrollar el tempo de la historia, que va in crescendo desde las primeras insinuaciones del malestar y tristeza hasta la neurosis final que cierra el relato.
Otro de los elementos interesantes del relato, siempre ligado a las causas que llevan a la protagonista a su estado de locura, es la concepción del matrimonio como espacio opresivo y anulante de la mujer. Charlotte Perkins Gilman no escatima su visión hacia la institución, mostrando una relación con el marido de sometimiento, en un matrimonio en el que la falta de respeto y la consideración paternalista (una relación que recuerda a la que inicialmente se muestra en la obra de teatro de Henrik Ibsen Casa de muñecas (Et dukkehjem, 1879)) tiene como ejemplo la poca consideración hacia sus ideas: «John se ríe de mí, claro, pero eso es algo que una ya espera cuando se casa.»
A lo largo de la lectura de El papel pintado de amarillo, el lector experimenta, como le sucede a la protagonista, una sensación de desolación y desafección que consigue resolver con efectividad el desarrollo progresivo de la neurosis. El personaje llora todo el tiempo, especialmente en soledad («Nadie creería el esfuerzo que me supone hacer lo poco de lo que soy capaz: vestirme, entretenerme u ordenar las cosas.»), haciendo más penosa, si cabe aún más, su situación.
El papel pintado de amarillo es una pequeña joya que ha conseguido resistir el paso del tiempo por su modernidad y vigencia. Puede ser que la institución del matrimonio y las vivencias de la maternidad no sean las mismas que hace más de ciento cincuenta años, pero sí que se hace necesaria una aguda mirada como la que transmitió en su nouvelle Charlotte Perkins Gilman acerca de la incomprensión que la sociedad manifiesta sobre las renuncias y dificultades que conlleva la maternidad.
Charlotte Perkins Gilman, El papel pintado amarillo (traducción de María José Chuliá; prólogo de María Ángeles Naval), Zaragoza, Contraseña, 2012, 83 páginas.Ilustración de portada: Elisa Arguilé.