No es fácil dejar a un lado el entusiasmo que produce encontrar una novela que te ha gustado tanto e intentar escribir sobre ella sin que se sucedan los elogios, ésos de los que se duda si no serán producto de un fervor inicial que se diluirá con el tiempo. Es el caso de El libro de la señorita Buncle (Miss Buncle’s Book, 1934), de D. E. Stevenson, una novela de las que, según el editor de Alba Luis Magrinyà, pueden calificarse como «deliciosa». En otras palabras, uno de esos libros que se leen «con gusto» pero que, además, no se quedan en el mero entretenimiento.
Ambientada en un pequeño pueblo rural inglés -espacio bucólico y genial donde parece que las historias más divertidas y extravagantes de la literatura británica pueden suceder (como, por ejemplo, el Cranford de Elizabeth Gaskell, el Riseholme de la saga de Mapp y Lucía, de E. F. Benson o el desconcertante entorno del Essex de La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons)-, la novela tiene como protagonista su comunidad de habitantes, entregados a una vida tranquila en la que los cotilleos y los chismes son la mejor fuente de divertimento.
Uno de ellos, la señorita Buncle, se convertirá en protagonista accidental de una trama rocambolesca y surrealista. Acuciada por las deudas, la señorita Buncle se debate entre criar gallinas y escribir un libro para encontrar una fuente de ingresos para sus mermadas rentas tras los trastornos ocasionados por el crack del 29 y la Gran Depresión. Finalmente se decanta por la literatura y, como todo escritor que se precie, escribe sobre lo que conoce: su pueblo y sus vecinos. La publicación de su novela El perturbador de la paz bajo el pseudónimo de John Smith se convierte en todo un éxito, pero en el pequeño y apacible Silverstream causa un desagradable impacto ya que muchos de sus habitantes constatan que ciertos personajes del libro se parecen sospechosamente a ellos, mostrando unos defectos y debilidades con los que claramente se identifican. El revuelo da paso a la indignación y la señorita Buncle asiste horrorizada a una caza de brujas organizada por los principales «damnificados» que están seguros de que el autor del libro es «uno de ellos».
La novela tiene lo mejor de la narrativa british de los años 30: humor, romanticismo, intriga y personajes excéntricos. Escrita de manera aparentemente sencilla, se trata de una obra muy bien construida con una historia en la que cada detalle se convierte en esencial para el desarrollo del libro. Pero si hay un elemento que destaque sobre otros es su estilo, basado en un sentido del humor que oscila entre lo cómico y lo esperpéntico, provocando en el lector una sonrisa continua.
El libro de la señorita Buncle es, en apariencia, un libro amable y sin pretensiones. Pero sólo en apariencia. En realidad, la novela de D. E. Stevenson aborda el impacto de la literatura en la vida de sus lectores y cómo ésta puede ser catalizadora de cambios. Hasta que los habitantes de Silverstream, el pueblo de la protagonista, no leen El perturbador de la paz, nunca se han cuestionado su manera de ser ni sus propios comportamientos, y sólo es tras la lectura del libro cuando se ven reflejados y se plantean mantenerse fieles a sí mismos o cambiar sus vidas. A todos, incluida su autora, les afecta de alguna manera la lectura de ese libro. Por eso, el verdadero protagonista de El libro de la señorita Buncle es la novela que trastoca a los habitantes de Silverstream. Porque El perturbador de la paz, más que perturbarles, modifica o intensifica sus comportamientos.
‘El libro de la señorita Buncle’: una novela dentro de una novela
El libro de la señorita Buncle es una novela dentro de una novela, un juego de espejos de ésos tan cautivadores que llaman de manera inmediata nuestra atención como cuando una película habla de la industria del cine o un drama recrea el ensayo de una obra de teatro. El editor de Alba Luis Magrinyà explica en el blog de recomendaciones de la editorial argentina Eterna Cadencia que este juego de muñecas rusas no es en absoluto nuevo:
Cuando el editor recibe el segundo manuscrito de la señorita Buncle, se sorprende nuevamente, esta vez porque «nunca había leído una novela sobre una mujer que escribe una novela sobre una mujer que escribe una novela». Tal vez este editor inglés de 1934 no se habría extrañado tanto si nueve años antes hubiera leído Los falsificadores de moneda, de André Gide (la novela de un novelista que está escribiendo una novela que es la propia novela que está leyendo el lector), e incluso, ya en 1895, su precoz tentativa Paludes. Algunos años más tarde, Borges habría podido recordarle que, cuando los personajes de Hamlet asisten dentro de la propia obra a una representación de la historia de Hamlet, o cuando los personajes de la segunda parte del Quijote dicen haber leído la primera parte, se produce un inquietante trasvase que sugiere que «si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios». La historia de la literatura podría proporcionar ejemplos anteriores (recuerdo que el protagonista de Blanquerna de Ramón Llull, del siglo XIII, lee, hacia el final del libro, el propio libro del que es protagonista) y por supuesto posteriores que inciden filosóficamente en la materialidad del texto o bien, al contrario, en su tenebrismo platónico. Todos estos dilemas, sin embargo, no le parecen al editor de la señorita Buncle sino «un juego de espejos como los de los sastres», lo que no es, ciertamente, una imagen muy elevada. Pero, teniendo en cuenta cómo ha ido evolucionando la metaliteratura en nuestros días hasta convertirse en un género y de ahí en bullicioso pero pueril academicismo, uno se pregunta perversamente si su lugar no estará precisamente en la comedy of manners, y si nunca debería haber salido de ahí.
Así, comprendemos que no se trata de metaliteratura pero sí de algo muy parecido. Manuel Hidalgo lo resume así en su reseña para «El Cultural»:
Stevenson -otro mérito más- se permite un juego de espejos y comentarios cruzados que bordea -a lo tonto- la metaliteratura, pues El perturbador de la paz y El libro de la señorita Buncle son, en el fondo, el mismo libro, y su autora se divierte y demuestra una grandísima inteligencia al hablar irónicamente de su propio libro -y de escribir, y de la literatura- como si estuviera hablando del libro de su personaje. Es bastante deslumbrante, muy ingenioso y, siempre, muy divertido. Sobre todo, insisto, en los detalles, en esas observaciones sobre tantas cosas que dan saltos por las páginas del libro como perlas desprendidas de un collar.
De alguna forma podemos hablar de «juego metaliterario de andar por casa», donde se reseña un libro dentro de un libro, como sucede cuando El perturbador de la paz sale a la luz y la señorita Buncle lee los comentarios que la crítica hace de él. O cuando la señorita Buncle observa a los habitantes del pueblo, que son también sus criaturas:
Echó un vistazo general a la sala. Todas sus marionetas, menos unas pocas, se habían reunido con la intención de vilipendiar a su creadora. Se preguntó si algún escritor habría tenido la ocasión de ver alguna vez una cosa tan curiosa y entonces se le ocurrió que sería emocionante escribir una obra de teatro, ver sus creaciones vestidas de seres mortales y oír en su boca las palabras que ella había escrito.
También encontramos una simpática confusión entre literatura y realidad que se da sobre todo en el propio personaje de la señorita Buncle, una «solterona apocada» que, cuando cree que tiene las mismas características de la personalidad de Elizabeth Wade, su alter ego en El perturbador de la paz, da lo mejor de sí misma.
Hay que agradecer la labor de la editorial Alba al acercarnos a una autora y un texto tan recomendables. Gracias a la colección Rara avis podemos disfrutar de obras como ésta de Stevenson, de la que esperamos que se sucedan nuevas entregas de la inefable señorita Buncle. Chapeau.
Ficha bibliográfica
D. E. Stevenson,, El libro de la señorita Buncle, Barcelona, Alba, 2012.
La imagen de D.E. Stevenson está extraída de la web de Persephone Books. La imagen de la portada pertenece a la web de la Casa del libro.