Hay algo inquietante en los relatos cuya génesis está impregnada de referencias o pinceladas autobiográficas de su autor. Aunque… ¿qué libro no tiene «algo» de quien lo escribió en sus páginas? No obstante, es especialmente perturbador el caso de aquellos textos en los que se han volcado miedos, inseguridades e incluso locura de una manera directa y descarnada. La literatura, en definitiva, como reflejo de un estado interior y exorcismo de los demonios que corroen por dentro.
La flor roja, del escritor ucraniano Vsévolod Mijáilovich Garshin (1855-1888), es uno de esos ejemplos: un relato breve que recrea, con una prosa realista y precisa, un perturbado estado interior cuyo hilo conductor es principalmente la obsesión y la angustia. Leyendo la breve biografía de su autor (basta con mirar las pocas imágenes y retratos que de él se conservan), sabemos que La flor roja recoge muchos aspectos de la angustia interior de su creador. Escrito en 1883, apenas tres años después de que Garshin manifestara síntomas de desequilibrio mental, el relato refleja el opresivo ambiente de las instituciones mentales de su época, en las que el escritor ucraniano fue huésped habitual hasta su suicidio en 1888. Sin embargo, reducir este relato a mera curiosidad biográfica es limitar sus muchas virtudes. La prosa de La flor roja tiene un componente autobiográfico, pero es sin duda un relato de un escritor de mirada sutil y enorme talento capaz de combinar un preciso estudio psicológico con una trama llena de matices.
Pocas líneas bastan para contar de qué trata La flor roja. La suya es una historia simple pero angustiosa: un interno de un hospital psiquiátrico se obsesiona con tres flores rojas que crecen en el patio de la institución. Su fijación llega hasta el punto de considerarlas fuente de todos los males del mundo, por lo que decide emprender una tarea no exenta de dolor y sacrificio: acabar con la flores a toda costa, entrando en una espiral opresiva y absurda que no hace sino agravar aún más su frágil condición. Con esta sencilla trama, Garshin es capaz de transmitir con paradójica sobriedad la realidad distorsionada de su personaje, que avanza sin posibilidad de salvación hacia la profunda locura gracias a un elemento tan simple y, de alguna forma, inocente, como una flor roja.
El relato, una de las muchas historias «sobre locos» que, según apunta Marta Rebón en Rusia Hoy, son tradición en la literatura rusa —por ejemplo, Diario de un loco de Gógol, El pabellón nº 6 de Chéjov o El doble de Dostoievski—, está construido desde el punto de vista de su demente protagonista sin llegar a identificarse del todo con él. El tono obsesivo y angustioso elegido por Garshin, junto a un estilo sobrio y directo que precisamente contrasta con la tensión narrativa que conforma la atmósfera evocada por el escritor, más que construir a su personaje protagonista, lo va destruyendo poco a poco en su camino hacia la locura, lo que aporta al relato un regusto desasosegante.
La lectura de la locura no es la única que podemos extraer de La flor roja. Dejando a un lado el inevitable poder de atracción que la propia vida de Garshin tiene sobre su propia obra y la sugerente metáfora de la flor roja, hay quienes ponen de manifiesto el sustrato crítico del relato. Para la traductora Patricia Gonzalo de Jesús, por ejemplo, «la obra constituye un ataque a la inhumanidad del sistema zarista y, en general, de cualquier sistema totalitario«.
Publicada por Nevsky Prospects, esta edición de La flor roja está hecha para los sentidos del lector. Quien se acerque a este precioso volumen, después de leerlo no podrá entender el relato sin el poder evocador de las perturbadoras ilustraciones de Sara Morante, quien recibió el Premio Euskadi de ilustración 2012 por su interpretación, a través de los significados de los rojos, negros y grises de los dibujos, de la locura del personaje. Un libro tan breve como intenso.
La flor roja siempre estará asociado al día y a la persona que me lo regaló. Paseo, té, buena compañía. Gracias.
Ficha bibliográfica
Vsévolod Garshin, La flor roja (traducción de Patricia Gonzalo de Jesús, ilustraciones de Sara Morante), Madrid, Nevsky Prospects, 2011, 80 páginas.
El retrato de Garshin es de Ilya Repin y el cuadro se encuentra en el Metropolitan Museum of Art. La imagen es de Wikimedia Commons.