Emmanuel Carrère (1957) es uno de esos escritores que disfruta poniendo al límite a sus personajes. En muchas ocasiones, en el límite de la locura, creando situaciones y vivencias perturbadoras que transmiten al lector un cúmulo de emociones entre las que destaca la angustia.
Angustia es la emoción creciente que se apodera de nosotros tras la lectura de la tercera novela del escritor galo, El bigote (La moustache, 1986), previa a una de las obras que más popular le han hecho, El adversario (L’Adversaire, 1999), ambas publicadas por la editorial barcelonesa Anagrama. Una angustia que deviene durante el recorrido emocional de su protagonista, un hombre que se afeita el bigote tras varios años luciéndolo y que descubre, para su asombro y horror, que todos los que le rodean afirman que nunca llevó tal adorno capilar.
La situación desquiciante del personaje propone un esfuerzo de lógica y coherencia narrativa en la que el escritor camina (con éxito) sobre la cuerda floja. En la primera mitad de la novela los acontecimientos transcurren con lentitud y un tempo que va fraguando muy poco a poco el desconcierto y la duda tanto en el personaje como en el lector. Sin embargo, tras desvelarse una incómoda verdad, la narración se desborda hacia la inexorable ruptura de la máscara que cubre al protagonista, empujándolo en una huida hacia la locura y la destrucción.
La construcción del argumento que elabora Emmanuel Carrère transcurre en paralelo a algunos de los estados de ánimo del personaje: desde el humor hasta la duda, pasando por el horror y, finalmente, algo cercano a la psicopatía. Al abismo, en definitiva, que queda desnudo ante el lector y le devuelve una arcada de angustia y desasosiego.
El bigote es, como decíamos al inicio, una de esas novelas que juegan a remover emociones y conciencias, uno de esos libros que se leen sabiendo que el material puede iniciar en cualquier momento la combustión. Inquietante y perturbadora.
Emmanuele Carrère, El bigote (traducción de Esther Benítez), Barcelona, Anagrama, 2014, 179 páginas.