El arribismo social no es un tema demasiado frecuente en la literatura, aunque los ejemplos que podemos encontrar se hallan en obras cumbre que han abordado de manera aguda y magistral un tema que realmente daría para escribir muchas páginas. Retratar un comportamiento humano tan común como éste, desde diversas perspectivas y como excusa para diseccionar un tipo habitual a lo largo de la historia, ha sido un ejercicio fascinante y con unos resultados francamente atractivos.
Recientemente ha caído en mis manos un ejemplar que resume con bastante sorna y cierta gracia el tema del arribista, del «trepa». El Manual del perfecto canalla (1916) de Rafael de Santa Ana (1868-1922) plantea a través de la historia de Perfectino Rodadela una serie de clases magistrales para aprender a ser un «perfecto canalla», es decir, pasar de ser un «don nadie» a un respetado miembro de la más alta esfera social sin acusar el coste de haber empleado métodos en los que la falta de escrúpulos y el engaño deliberado son dos reglas indispensables. Expresado así, podría pensarse que un canalla o un arribista social no son más que pícaros que consiguen llegar hasta una posición acomodada.
Sin embargo, en mi opinión, Santa Ana establece una diferencia interesante que caracteriza este tipo de personajes y que explica, en cierta medida, el porqué terminen resultando interesantes e incluso simpáticos:
El canalla no es el pícaro ni el ladrón: de todos tiene, pero a ninguno se parece. «Pablillos de Valladolid» sería un ser completamente inofensivo al lado de un canalla de primer año.
La canallería sobrepuja en calidad a la picardía y a la villanía, pero se diferencia de las dos en su finalidad. El pícaro muere pobre y despreciado; el hacedor de villanías acabará sus días en la horca o en un presidio. El PERFECTO CANALLA, como al doctorarse en dicha profesión pierde ipso facto (…) la condición canallesca, terminará sus días nimbado de popularidad, honradez y fama.
Santa Ana resume de manera certera el recorrido vital de este tipo de personajes, aunque no siempre el fin es tan positivo como él establece. El Julián Sorel de Rojo y Negro (Le rouge et le noir, 1830) nos muestra en la magistral novela de de Stendhal (1783-1842) su ascensión y caída, aunque es bastante claro que nos encontramos ante un arribista social «de manual». Sorel utiliza para ello la inestimable ayuda de las diversas mujeres que se encuentra en su camino para ascender en la escala social. Éste es sin duda un factor a tener en cuenta: cuando el arribista es un hombre, la manera más rápida de llegar a lo más alto es valerse de la ayuda, el prestigio y el sustento económico de las mujeres. Lo vemos en Rojo y Negro y también en la estupenda Bel Ami (Bel-Ami, 1885) de Guy de Maupassant (1850-1893), donde el meteórico ascenso de Georges Duroy tanto en la jerarquía laboral del periódico donde trabaja en el París del siglo XIX como en la escala social de la época es directamente proporcional a sus tratos con las diversas mujeres que pasan por su vida. Una excelente novela que muestra el mundo del periodismo del siglo XIX por dentro (y, por qué no, de nuestra época actual) y que disecciona sin piedad una sociedad y un personaje muy cuestionables. Similar en intenciones y características es el Joe Lampton de Un lugar en la cumbre (Room at the Top, 1957) del británico John Braine (1922-1986), que en la Inglaterra de postguerra logra un imparable ascenso social gracias a la inestimable ayuda de las mujeres y, en particular, de las adineradas.
En este breve y superficial recorrido a través de los más destacados arribistas de la historia de la literatura merece particular atención uno de los pocos personajes femeninos protagonistas, la ambiciosa Becky Sharp de La Feria de las vanidades (Vanity Fair, 1847) de William M. Thackeray (1811-1863), quien utiliza de la misma manera que los anteriores ejemplos sus encantos y astucias para ascender en la sociedad inglesa de principios de siglo XIX. Una fascinante historia cuyo personaje protagonista viaja a través de una sociedad donde la hipocresía imperante no tiene nada que envidiar a la de Sharp. Sencillamente, uno de los mejores retratos de arribista, según mi opinión.
En definitiva, nos encontramos ante un atractivo tema y un tipo de personajes que constituyen una verdadera «mina» para aquel escritor que sepa dotarlos de profundidad y equilibrio. Porque en el arribismo se trata de unos tipos humanos a priori despreciables por su falta de escrúpulos, aunque se convierten en manos de la ficción literaria en seres interesantes y cautivadores.
Más novelas de arribismo social en nuestro segundo post dedicado al tema.
Referencias
(1) Santa Ana, Rafael de: Manual del perfecto canalla, Madrid, El Tercer Nombre, 2009.
(2) Ibidem, pp.34-35.
STENDHAL, Rojo y negro, Madrid, Cátedra, 2006, 624 páginas.
MAUPASSANT, Guy de, Bel Ami, Alianza, Madrid, 2006, 448 páginas.
BRAINE, John, Un lugar en la cumbre, Madrid, Impedimenta, 2008, 368 páginas.
THACKERAY, William M., La Feria de las vanidades, Barcelona, Lumen, 960 páginas.
La imagen pertenece a la ilustración del capítulo 4 de La feria de las vanidades: Becky Sharp flirteando con Mr. Joseph Sedley.La fuente, en la Wikipedia