¿Están mermando nuestra capacidad de concentración y análisis las nuevas maneras de comunicación de Internet? ¿Google, Twitter y Facebook nos están convirtiendo en perezosos incapaces de afrontar libros de más de 150 páginas? Para el escritor Nicholas Carr (1959-), esta afirmación no está lejos de la realidad: la red, en su opinión, ha conseguido que la lectura de libros y artículos largos se haya convertido en una tarea ardua y compleja para unos individuos cada vez más acostumbrados a «consumir» información fragmentada, titulares breves y contenidos superficiales. Una reflexión polémica que no deja de ser un movimiento bien calculado para tener un mayor impacto precisamente en las redes sociales. Pero que nos lleva a pensar en si realmente nuestra sociedad es capaz de enfrentarse a los libros de gran volumen. ¿Los Miserales, El Quijote, Los Hermanos Karamazov y tantos otros son cosa del pasado?
La publicación de Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011), el último ensayo del norteamericano Nicholas Carr, ha dado visibilidad a una (conservadora) corriente de pensamiento que considera que la red «nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no sólo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan«. Una afirmación que pretende descubrir un nuevo mal de nuestro tiempo: que los lectores digitales de hoy no están educados para afrontar largas lecturas lineales de ayer.
El propio Carr se pone de ejemplo: «Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha.»
¿Realmente Internet ha mermado nuestra capacidad de «devorar» libros? El escritor norteamericano afirma que muchos de sus amigos y él mismo, con formación literaria y acostumbrados a una lectura continua, intensa y constante, han dejado de leer libros. ¿Superioridad y apocalipsis cultural en un solo click?
Por otro lado, Carr habla también de que el estilo de lectura que promueve la Red, «un estilo que coloca la “eficiencia” y la “inmediatez” por encima de todo lo demás, esté debilitando nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando una tecnología anterior, la prensa impresa, hizo comunes y corrientes las largas y complejas obras de prosa«.
Las reflexiones de Carr no se ajustan totalmente a la realidad y muestran la clásica y trasnochada noción de que «cualquier tiempo pasado como mejor». Los grandes folletines del siglo XIX, que ahora disfrutamos en tomos de más de 500 páginas, se publicaron en realidad de manera fragmentada, en breves episodios semanales. Que nadie se lleve a engaño. Por otra parte, la lectura de grandes libros que Carr rememora como parte del pasado no ha desaparecido. Basta con mirar las manos de los viajeros del transporte público para observar que los libros largos gozan de gran popularidad. Que muchos sean best-sellers de mínima complejidad y escasa profundidad es otra historia. En cuanto a las nuevas tecnologías aplicadas a la lectura, ya es habitual ver que los lectores del siglo XXI se decanten por dispositivos como el Kindle o el iPad. Quizá, presisamente para leer libros que por su peso y volumen sean difíciles de llevar como lectura en el viaje hacia el trabajo en formato papel.
Los textos y los libros largos siempre han atemorizado y aburrido a muchos. Antes de que existiera la red ya existían lectores que temblaban ante la sola mención de largos «mamotretos» aduciendo que se «perdían» entre tanta letra. En el instituto cualquier mención a El Quijote causaba escalofríos y siempre ha habido un sobreesfuerzo por parte de los alumnos a la hora de afrontar los textos clásicos, tan extensos por lo general. Muchos grandes lectores han abandonado «la lucha» de la que habla Carr tras leer 100 páginas de un gran volumen. Esto ha pasado siempre.
Es cierto que, una vez que dejamos el instituto o la universidad, el número de lectural anuales desciende. Y no porque Internet nos robe tiempo o haya conseguido que nuestro nivel de exigencia cultural caiga por los suelos. Las razones son diversas, pero nunca única y exclusivamente por causa de la Red.
Joyce, Tolstoi o Galdós siempre han exigido un compromiso a sus lectores. En realidad, cualquier escritor, narrador, ensayista, dramaturgo o poeta exige en sus obras un esfuerzo de concentración y atención absoluta. Y los lectores siguen respondiendo a ese esfuerzo. Se puede estar leyendo un libro de más de mil páginas como 2666 de Bolaño y parar un instante en su lectura y enviar un tuit. Nada es excluyente. Las excusas quedan para reflexionar en ensayos de más de 300 páginas.
Referencias
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