El artista apela a aquella parte de nuestro ser que no depende del saber; a aquello que poseemos como don y no como adquisición, y que está dotado, en consecuencia, de mayor permanencia. Apela al genio, a nuestra capacidad de deleite y asombro, al halo de misterio que rodea nuestras vidas, a nuestra capacidad de deleite y asombro, al halo de misterio que rodea nuestras vidas, a nuestra capacidad de sentir compasión, de apreciar la belleza y experimentar dolor”.
Joseph Conrad en su prólogo a The Nigger of the Narcissus (El Negro del Narcissus, 1898), en la edición de Ediciones Barataria. Traducción de José Antonio Soriano.