Un grupo de turistas japoneses es secuestrado por unos terroristas. Al finalizar el drama, los efectivos policiales descubren en el lugar de los hechos restos de relatos de estas personas, historias íntimas que los secuestrados se contaron durante ocho noches para darse ánimos. Con esta sencilla premisa la escritora japonesa Yoko Ogawa (1962) construye en su última novela publicada en español, Lecturas de los rehenes (Hitojichi no Rodokukai, 2011), un argumento poliédrico en tiempo y espacio, donde los recuerdos y las vivencias rememoradas son el hilo conductor de sus personajes.
Lecturas de los rehenes mezcla los géneros de la novela y el relato, siendo éste ultimo el que brilla en la propuesta narrativa de Ogawa. Son precisamente las historias de los personajes, diversas en su propuesta aunque conectadas por el recuerdo y la infancia, las que destacan por su composición y desenlace. Unas son más acertadas y evocadoras que otras, pero en general trascienden la voluntad de crear una ficción completa con una propuesta inicial y un desenlace que, todo sea dicho de paso, ya conoce el lector al inicial la lectura.
Las historias de Lecturas de los rehenes tienen, como decíamos, aparte de la conexión argumental de varias personas secuestradas que conjuran el miedo y la incertidumbre narrándose cada noche una anécdota, el mundo del recuerdo y la infancia como nexo. En general, la mayoría de los relatos presentan a niños como protagonistas, ya sea como espectadores o experimentadores de la acción, aportando una mirada vívida y en ocasiones intimista.
Así, el primero de los relatos, «El botón«, es una historia con tintes sentimentales sobre recuerdos infantiles que mezclan lo real y lo onírico, al igual que «El lirón que hibernaba«, otro recuerdo que explora los recuerdos infantiles en los que un niño y un anciano vendedor de peluches establecer una curiosa relación, o «La virtuosa del consomé«, otro recuerdo infantil que se desarrolla en torno a una anécdota gastronómica: la preparación de un sencillo consomé que a ojos de un niño se convierte en una obra de arte. «La abuela difunta«, por su parte, es un curioso relato nuevamente sobre el recuerdo acerca de una mujer que despierta el recuerdo de abuelas fallecidas en gente que se cruza con ella.
Algunos de los relatos elaborados por Yoko Ogawa exploran también el mundo adulto centrándose en la soledad, la mezquindad y las relaciones entre vecinos como es el caso de «Las galletas Eco«, los encuentros desconcertantes en «La sala B de reuniones» o «El joven lanzador de jabalina«, un relato sobre un momento memorable vivido por una mujer solitaria con un trabajo monótono y una existencia gris, cuyo encuentro en el metro con un joven que porta una jabalina es la excusa para que Yoko Ogawa hable sobre la belleza, la nostalgia de la juventud y hacia los momentos únicos.
Lecturas de los rehenes es, en definitiva, un libro sobre el poder de la narración como medio de comunicación y consuelo, como una manera de conjurar una situación difícil y abrazar las relaciones humanas. Como indica al final del libro uno de los personajes que comparte su historia, «Se trataba de una acción similar a la de orar, cuyo propósito era hacer llegar sus voces hasta un lugar mucho más lejano de lo que podían imaginar, donde habría alguien con quien no podían comunicarse solamente por medio de las palabras.»
Si bien la propuesta de Yoko Ogawa no está a la altura de otras de sus novelas como la perturbadora El embarazo de mi hermana o las populares La fórmula preferida del profesor o La niña que iba en hipopótamo a la escuela, Lecturas de los rehenes es un libro que se disfruta gracias a un planteamiento intimista y poco emocional, demostrando que la escritora nipona es una de las voces narrativas japonesas contemporáneas que conviene seguir.
Yoko Ogawa, Lecturas de los rehenes (traducción de Juan Francisco González Sánchez), Madrid, Funambulista, 2016, 252 páginas.