El periodo Heian (794-1185) es una de las épocas más destacadas de la historia clásica japonesa. Durante este periodo de casi doscientos años el antiguo Japón vivió un periodo de paz y tranquilidad en el que florecieron las artes y las letras y cuya sociedad vivió durante años alejada de guerras gracias a la hegemonía del clan Fujiwara. De esa época data la que es considerada una de las obras más relevantes de la literatura japonesa, el Genji Monogatari, escrita por la dama Murasaki Shikibu.
En este clima sin sobresalto políticos ni militares la corte imperial y la aristocracia se organizaban en un complejo y amplio sistema de rangos a los cuales se adscribían y que muestran esa estructura social tan estratificada que aún hoy en día se aprecia en la sociedad nipona. En ese periodo de paz la corte recurría, para llenar las horas de tedio, a diversas actividades como escribir poesía, tocar un instrumento, competir en concursos o practicar caligrafía. Ocio con cierto tinte decadente en el que la belleza y lo delicado guiaban el sentir de personas entregadas al cultivo de la estética.
Es ese mundo de juegos, y, especialmente, de relaciones entre hombres y mujeres donde el amor era un pasatiempo más, el que retrata el volumen Tsutsumi Chunagon Monogatori, un conjunto de diez relatos y un fragmento que la editorial Satori ha publicado con el título La dama que amaba a los insectos y otros relatos breves del antiguo Japón.
La dama que amaba a los insectos y otros relatos breves del antiguo Japón: culto a la delicadeza y a la estética
El título del volumen publicado por la editorial gijonesa ya nos anuncia la antigüedad de estos relatos, considerados como los cuentos breves más antiguos del mundo, según indica el traductor Jesús Carlos Álvarez Crespo en el prólogo de la edición de Satori. En este sentido, se calcula de los relatos contenidos en Tsutsumi Chunagon Monogatori fueron escritos entre finales del periodo Heian (1050 y 1150) hasta 1235, si bien se desconoce quiénes pudieron ser sus autores y la mano que se esconde detrás de la compilación de los textos.
Se trata de un singular conjunto de historias que llevan al lector hasta la época del esplendor de las letras niponas y lo sumergen en un mundo delicado y bello dedicado al cultivo de la estética.
Las historias de La dama que amaba a los insectos y otros relatos breves del antiguo Japón tienen como punto en común el ubicarse en un mundo donde sus personajes se mueven dominados por códigos de formalidad en una «jaula de oro» donde dedican su tiempo libre a actividades superfluas o artísticas. Se trata de relatos que nos hablan de la superficialidad y la delicadeza, de seres cuyas preocupaciones son el amor y el llenar el tiempo (o «largas horas de tedio», como señala el narrador del relato «Bagatelas» («Yoshinashigoto»)) de la mejor manera de la que son capaces. Nos trasmiten, sin embargo, la misma visión que la que pudiéramos experimentar ante una tela bordada de material rico y raro procedente de siglos pasados: nos admira contemplarla, reconocemos su delicado trabajo pero entendemos que pertenece a otro mundo. Así son los relatos de La dama que amaba a los insectos y otros relatos breves del antiguo Japón: piezas raras de un mundo que dejó de existir hace más de novecientos años, que nos admiran por el sofisticado mundo que retratan.
Su prosa, no obstante, es sencilla, elaborada para que la historia fluya al mismo ritmo que las palabras, y donde la belleza, y, en ocasiones, la ironía, modelan las personalidades de los personajes. Se trata de individuos de la corte que se esbozan en apenas dos pinceladas como la protagonista del relato que da título a la edición española («Mushi Mezuru Himegini»), de la que se dice: «Pensaba que la gente estaba equivocada al preocuparse de su aspecto físico; por eso nunca se depilaba las cejas ni se teñía las cejas de negro. Creía que era algo fastidioso y sucio. En definitiva, se pasaba el día y la noche haciéndose cargo de los insectos, mostrando siempre una sonrisa en la que destacaba una blanquísima sonrisa.» Así de simple.
La mayoría de los relatos tienen como epicentro cortejos e historias de amor trufadas con pequeños poemas escritos o recitados por los personajes que aderezan cada uno de los cuentos como «El teniente que arrancó la flor de cerezo» («Hanazakura oru shosho») o el breve fragmento «Dansho». Otros relatos tienen como protagonistas a personajes de la corte imperial como la propia emperatiz en «A propósito» (Kono tsuide»), y algunos muestran los curiosos divertimentos de la corte como «El viceconsejero medio que no cruzó la colina del encuentro» («Osaka koenu gonchunagon») o «El concurso de las conchas» («Kaiawase»).
La dama que amaba a los insectos y otros relatos breves del antiguo Japón es, en definitiva, un singular conjunto de historias que llevan al lector a la época del esplendor de las letras niponas y lo sumergen en un mundo delicado y bello dedicado al cultivo de la estética.
Ficha bibliográfica
VV.AA., La dama que amaba los insectos y otros relatos breves del antiguo Japón (traducción y prólogo de Jesús Carlos Álvarez Crespo), Gijón, Satori, 2015, 163 páginas.
La ilustración de portada es de Nakamura Daizaburo. Cortesía de la editorial Satori.