El último trabajo de Margaret Atwood (1939), Por último, el corazón (The Heart Goes Last, 2015), circula por esos mundos distópicos de su «ficción especulativa» que tanto gustan a la escritora canadiense. Una joven pareja, Stan y Charmaine, vive en un mundo en el que la crisis económica se ha cebado con la clase media, en el que tener un trabajo no es sinónimo de bienestar y puede implicar vivir en un coche por falta de medios para pagar la hipoteca, a merced de asaltantes y ladrones, como sucede con el matrimonio protagonista. Sin embargo, este punto de partida casi postapocalíptico da lugar a una historia mucho más inquietante y terrorífica, en la que Atwood prefiere criticar hasta dónde puede llegar el ansia capitalista y los perniciosos efectos de un mundo donde proyectos penitenciarios más que cuestionables han logrado tener cabida.
Porque en Por último, el corazón, Stan y Charmaine, residuos de una clase media aniquilada, se ven obligados a participar en un proyecto cuanto menos curioso: Positrón, un lugar donde, durante un mes, los inquilinos pueden vivir con tranquilidad esa vida de clase media que han perdido para, el mes siguiente, ingresar en una cárcel y desempeñar los más diversos trabajos. Donde antes había delincuentes y asesinos, ahora se encuentra un grupo de personas cuyo único delito ha sido ser pobres. Mano de obra gratuita que los personajes acceden a ser a cambio de un techo, empleo y una (ficticia) estabilidad. Viendo la situación de partida, no es de extrañar que la pareja protagonista acoja con los brazos abiertos la propuesta de Positrón, entrando en un mundo alterno que remeda la sociedad «del exterior» bajo unas nuevas normas.
Así, la historia que nos propone Margaret Atwood tiene como epicentro el sentido del sistema penitenciario y la búsqueda de la seguridad, aunque ésta sea a costa de ceder la propia libertad. También reflexiona la escritora canadiense sobre los sistemas totalitarios y las sociedades sujetas a férreas normas como la que caracteriza la del proyecto Positrón, y la creación de una sociedad alterna y la sustitución de los individuos por réplicas casi reales como los prostibots, esos robots sexuales que se fabrican dentro del proyecto y que suponen una escalofriante reflexión sobre la cultura de la réplica y la copia.
La propuesta narrativa de Atwood se percibe como una novela de suspense, donde el lector asiste a los infortunios de Stan y Charmaine y el devenir de los acontecimientos en el mundo de Positrón. En este sentido, la génesis de la novela surgió de una manera un tanto improvisada, tal y como señala Atwood en una entrevista publicada en El Periódico: «La escribí como escribía Dickens. El germen fue un proyecto que iba a desarrollar ‘online’, improvisando, hasta que mi editora me convenció de que era una novela. Pero el método no cambió. Durante buena parte del proyecto escribía sin saber qué iba a pasar a continuación. Por eso tenía que dejar cada entrega, cada capítulo, en el punto más alto del suspense. Y retomarlo al día siguiente«.
Por último, el corazón, es una novela en la que el enérgico pulso narrativo de la escritora Margaret Atwood es capaz de mezclar muy diversos temas que hoy, más que nunca, son de enorme actualidad. No obstante, la historia no tiene la contundencia de obras anteriores como El cuento de la criada y en ocasiones deviene en situaciones estrafalarias que se alejan del punto de partida narrativo, lo que no significa que estemos ante una obra fallida ni mucho menos. Y es que inquieta esta última novela de Margaret Atwood porque la distopía que imagina es perfectamente factible e incluso hoy en día ya hay situaciones que han tenido lugar.
Margaret Atwood, Por último, el corazón (traducción de Laura Fernández), Barcelona, Salamandra, 2016, 416 páginas.