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‘La cata’: Roald Dahl y el esnobismo

Una copa de vino recién servido es la promesa del momento enigmático y fascinante de la cata. En el cristal aguardan aromas y sabores que se presentan como un juego que hay que descifrar y que, al amante del vino, le resulta casi tan satisfactorio como el propio premio al que se enfrenta. La cata permite al catador interrogar al vino y proponer una solución. El descubrimiento es casi tan satisfactorio como el sabor.

De este juego mitad adulto mitad infantil parte el relato La cata, del escritor inglés Roald Dahl (1916-1990), un autor conocido por títulos muy populares entre los lectores más jóvenes como Charlie y la fábrica de chocolate o Matilda. Publicado en 1945 en el magazine Ladies Home Journal y posteriormente en The New Yorker en 1951, La cata (Taste) nos presenta una pequeña historia en la que el vino es la excusa para ironizar sobre el esnobismo y los sibaritas y que la editorial Nórdica Libros ha recuperado con una preciosa edición ilustrada por Iban Barrenetxea.

La cata de Roald Dahl: sobre el esnobismo vacío

En La cata seis comensales de la burguesía se reúnen para compartir una cena regada con buenos vinos. El anfitrión es Mike Schofield, un corredor de bolsa londinense aficionado a los vinos raros y exclusivos. Le acompañan su mujer, su hija, el narrador del relato, su esposa y un célebre gastrónomo, Richard Pratt. La cena transcurre como en cualquier reunión burguesa hasta que Mike Schofield presenta un segundo vino del que dice que será imposible adivinar su origen. Richard Pratt lo toma como un reto y comienza una extraña apuesta.

Roald Dahl - La cata

Con esta sencilla premisa Roald Dahl construye un relato lleno de humor y toques de intriga que fluye a través de la muy bien construida tensión argumental. En su historia, contada desde el punto de vista de uno de los asistentes, Dahl logra que el lector se identifique con ese narrador que de manera sutil va modelando a los personajes, especialmente a los dos protagonistas. Así, el corredor Mike Schofield se presenta como un simple tahúr al que le fascinan las apuestas: un burgués que ha basado su fortuna en la especulación y que se agarra al mundo del vino como una manera de diferenciarse, de situarse en un estrato cultural superior. Frente a él, un personaje antagonista aunque muy parecido: el gastrónomo Richard Pratt, sibarita de los placeres mundanos que es presentado como gourmet y que durante el relato se va transformando en un personaje repulsivo y esnob. En ambos casos, la (aparente) sofisticación no es más que una fachada para ocultar lo mundano de sus gustos.

El relato de Roald Dahl se sostiene hasta el final con brillantez. Por si fuera poco, la edición de Nórdica permite disfrutar al lector de una segunda lectura en la que las ilustraciones de Iban Barrenetxea fluyen de manera paralela al relato, con trazo cuidado y preciosista que transmite el toque británico de la juguetona propuesta del escritor inglés. Doble placer de un solo trago.

Referencias

Roald Dahl, La cata (traducción de Íñigo Jáuregui; ilustraciones de Iban Barrenetxea), Madrid, Nórdica Libros, 2014, 80 páginas.

Las imágenes son cortesía de la editorial Nórdica.

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