La editorial gijonesa Satori continúa en su empeño por acercar textos japoneses al lector de lengua española, en especial aquellos clásicos o autores de referencia obligada que, si bien tienen un enorme éxito en su país de origen, no han conseguido traspasar (inexplicablemente) las fronteras españolas hasta ahora. Para resolver una de las muchas injusticias que privan a nuestro país de obras y autores necesarios, llega un texto que supone un verdadero placer por su sencillez, belleza y lirismo: El tren nocturno de la Vía Láctea (Ginga tetsudō no yoru, 1933), de Miyazawa Kenji (1896-1933).
El tren nocturno de la Vía Láctea recoge tres relatos que tienen como denominador común historias ligadas con el mundo infantil en las que las fronteras de la fantasía y la realidad quedan difusas. Combinando elementos fantásticos, espirituales y de la Naturaleza, Miyazawa Kenji nos traslada a un mundo onírico donde la vida se torna más brillante e intensa que en la propia realidad y donde la imaginación y la espontaneidad de los niños es su guía. Una suerte de El Principito de Saint-Exupery a la oriental (obra con la que inevitablemente se relaciona) que tiene muchos menos puntos en común con la célebre narración del francés de lo que se ha apuntado.
El primero de los relatos, “El tren nocturno de la Vía Láctea” (Ginga tetsudō no yoru, 1924-1933), se caracteriza por su potencia lírica y narra la historia de Giovanni, un niño que sueña “con marcharse lejos” y con que su padre ausente vuelva a casa. Una noche, cruza de manera inesperada la realidad para montar en un tren mágico junto a su amigo Campanella. En su viaje atravesarán paisajes singulares y oníricos, espacios de ensueño ligados con la mitología y el folklore japonés repletos de imaginación y misterios. Un viaje entre dos mundos, el real y el soñado, que tiene algo de iniciático.
En “El tren nocturno de la Vía Láctea” Miyazawa teje una narración en la que la infancia y la inocencia impregnan de una manera sutil el relato y en la que realidad y fantasía se mezclan hasta quedar sus límites difusos, como si de un sueño de tratase.
Destaca en este relato el personal tratamiento de las texturas sensoriales del discurso narrativo, que fortalecen la riqueza del cuento y son capaces de evocar en el lector las mismas sensaciones que viven los protagonistas. Así, Kenji no escatima la paleta de colores en sus descripciones de los paisajes que recorren Giovanni y Campanella a bordo del tren de la Vía Láctea, recordando en ocasiones al tratamiento de los colores llevado a cabo por Akutagawa Ryūnosuke en su relato “Las mandarinas”, incluido en la recopilación de textos del maestro japonés Vida de un idiota y otras confesiones, también editada por Satori.
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Kenji Miyazawa, El tren nocturno de la Vía Láctea, Gijón, Satori, 2012, 167 páginas.
Las imágenes de Miyazawa Kenji y de la portada del libro están extraídas del la página de la editorial Satori.