Penélope se pone de puntillas y alza la pierna derecha. Es esbelta, elegante, camina con pasos silenciosos y leves. El ballet le sienta bien. Así lo cree Lawrence, que entra en la sala de baile y da un par de aplausos. ¿De dónde vendrá a estas horas? Da lo mismo. Penélope sonríe. La sonrisa se convierte en risa al ver a su padre descalzarse y coger una de sus zapatillas en además de imitarla. Se acerca a ella, junto a la ventana, y se apoya en la barra. Ella marca un paso, animándole a seguir. Se miran, ríen. A veces su padre tiene estos raros momentos de cercanía. Nunca fue un hombre fácil, pero a veces se concedía treguas.
Lawrence Durrell y su hija Penélope en un salón de baile en 1960. Por Loomis Dean/The LIFE Picture Collection/Getty Images