La emoción del viajero ante el primer impacto que ofrece un destino largamente amado o deseado es complicado de transmitir. También lo es la vinculación que sentimos ante lugares que no lo son de nacimiento y que, sin embargo, nos resultan inexplicablemente propios. Y, quizá, en menos ocasiones, lo es asimismo la sorpresa al descubrir que la ciudad que no teníamos interés en visitar nos impacta y cambia nuestra percepción sobre ella. Esto último fue lo que le sucedió al escritor y periodista Suso Mourelo (1964), viajero accidental en Hiroshima y, desde ese primer contacto, amante de la ciudad renacida de sus cenizas.
Su experiencia la relata el libro Tiempo de Hiroshima (publicado por La línea del horizonte), pero no desde la perspectiva en sepia o los recuerdos del espacio que fue y ya no es hoy. Tiempo de Hiroshima no es estrictamente un libro de viajes, sino un libro de estancias interiores, de vinculación con las personas y conexiones emocionales. Un libro que habla sobre todo de presente, mirando en ocasiones atrás, pero consciente del camino hacia el futuro que transita la ciudad japonesa.
Tiempo de Hiroshima: pasión por una ciudad inesperada
El contacto de Suso Mourelo con Hiroshima no estuvo premeditado inicialmente. El origen se encuentra en un viaje por las ciudades protagonistas de novelas japonesas que le gustan al escritor, entre las que no se encontraba Hiroshima. Sin embargo, el regalo de un amigo de la conmovedora novela Lluvia negra (1965), de Masuji Ibuse, en la que se narran los días posteriores a la bomba, impactó al escritor, que decidió conocer Hiroshima, una ciudad sorprendente donde descubrió que su presente era totalmente distinto a lo que la gente piensa.
Más allá del 6 de agosto y de las devastadoras consecuencias que la bomba atómica tuvo sobre la ciudad japonesa, Suso Mourelo prefiere posar su mirada en dos de los elementos que, a su juicio, definen Hiroshima: la luz y el agua. Su recorrido personal y emocional por la ciudad es, de este modo, también luminoso y, sin soslayar el acontecimiento que puso en el mapa Hiroshima a final de la Segunda Guerra Mundial, prefiere brindar un retrato vitalista e iluminador de los ciudadanos y las calles de Hiroshima, componiendo un hermoso libro sobre afinidades y emociones.
Suso Morelo no estuvo de paso en Hiroshima. Nada que ver con la visita apresurada de turistas a una ciudad de recuerdos dolorosos. Sus largas estancias en la ciudad le confieren la autoridad y capacidad de ofrecer vivencias e impresiones más allá de la visita de un día a los vestigios de la reconstrucción. Porque Hiroshima, a sus ojos, es una ciudad en movimiento, vital, «alegre, llena de ríos y de sol», que sigue adelante. Lo fue antes y después del desastre, y lo seguirá siendo. No es únicamente una ciudad de cenizas y oscuridad, sino un espacio de esperanza y reconstrucción que también se refleja de manera brillante en la crónica de Akiko Mikamo Renacer de las cenizas (Chidori Books).
Suso Mourelo comparte la memoria de sus días en la ciudad y nos presenta a sus habitantes, de manera individual y en su conjunto, abriendo la mirada que podamos tener sobre Hiroshima. Su estilo, sedoso, casi en prosa poética, que atrapa al lector con su contenido (y medido) lirismo, hace el resto, componiendo una suerte de relato-memoria emocional que se va posando en las ramas de los recuerdos de manera evocadora y luminosa.
Suso Mourelo, Tiempo de Hiroshima, Madrid, La línea del horizonte, 2018, 144 páginas.