El concepto de «pornolectora«, acuñado por la ensayista italiana Francesca Serra en su libro Las buenas chicas no leen novelas (Le brave ragazze non leggono romanzi, 2011), pone de manifiesto una realidad latente en nuestros días: la banalización y mercantilización de la literatura dirigida a las mujeres, a las que se quiere hacer creer que la lectura de cierto tipo de novelas les hará más libres y modernas. Ese supuesto espacio de libertad, según la tesis de Francesca Serra, no es tal, ya que esas lecturas no fomentan el pensamiento crítico, y sólo apelan a lugares comunes que tradicionalmente se ha asociado a la mujer (el amor, la familia, las emociones…) Se trata de libros, en definitiva, pensados para un estereotipo femenino en el que se engloba a todas las lectoras y cuyo ejemplo más claro es la saga de la escritora británica E.L. James, cuya trilogía Cincuenta sombras ha vendido más de 70 millones de ejemplares (en sus versiones impresas, e-book y audio, según datos de la editorial Random House a fecha de diciembre de 2012) en todo el mundo.
Las historias dirigidas a las «pornolectoras» están pensadas para impactar a un tipo de «lectora impresionable» interesada en las emociones y en las historias de evasión de la realidad. Para Francesca Serra, «es una creación económica, sobre todo cuando la cultura comienza a estar ligada a la economía. Antes de la segunda mitad del siglo XVIII la cultura estaba destinada a hombres de muy alto nivel; no estaba en juego todavía la necesidad de vender libros«. En este sentido, la «pornolectora» nació cuando la literatura entró de manera masiva en el mercado y se hizo necesario ampliar el número de compradores. Para ello se adoptó una solución que implicaba «una suerte de seducción ligada al sexo» que tomó a la incipiente lectora como la «alegoría del futuro consumo de libros«. Según señala la ensayista italiana, cuando la mujer pudo acceder a la lectura de libros, en el siglo XVIII, las reglas del juego de la industrial editorial ya estaban definidas. El que la mujer se incorporara a ese espacio no fue más que la necesidad de ampliar públicos y vender más. La mujer había llegado tarde a la lectura y otros ya habían decidido las reglas del juego.
¿Qué es una «pornolectora»?
Según Francesca Serra, la «pornolectora» sería una mujer de apetito lector voraz, una consumidora compulsiva de libros en los que se habla de emociones y que está dispuesta a la evasión intelectual que proporciona la lectura de cierto tipo de libros.
Uno de los primeros antecedentes de «pornolectora» sería la protagonista de la novela Madame Bovary (1856) de Gustave Flaubert. Pero que ninguna piense que lo de «pornolectora» es cosa de otras. Francesca Serra opina que todas las mujeres lo somos de alguna forma. Para la ensayista italiana, «el estereotipo es muy fuerte, se concibió muy bien e incluso nosotras, mujeres cualificadas, formamos parte de él, al punto de que nos llegamos a considerar más libres porque leemos historias eróticas. Y sin embargo olvidamos que detrás de todo esto hay una direccionalidad intencionada. Mientras que para los hombres la lectura está establecida como racional, pasional y de entretenimiento, para las mujeres no tiene tanta diversidad y sólo son libros dirigidos al corazón y al útero.» Así, la trampa se encuentra en hacernos creer, mediante las lecturas que alimentan el fuego de la «pornolectora», que podemos llegar a ser mujeres liberadas y modernas por el hecho de consumir este tipo de libros. La perversión se encuentra en que en realidad estamos ante la construcción de una imagen de mujer que en el fondo está soñando con un príncipe azul que la complete, y en el caso de las «pornolectoras», en un Christian Grey o un Rodolphe Boulanger que les aparte de su monotonía.
La imagen que se vende de la lectora en nuestros días parece confirmar la tesis de Serra. Los últimos best-sellers españoles escritos por y para mujeres utilizan en sus campañas de marketing frases que apelan a la idea del amor, la nostalgia y el «corazón». En el caso uno de los últimos éxitos de ventas de la literatura española, El tiempo entre costuras (2009), de María Dueñas, el libro se promociona como «una novela de amor y espionaje en el exotismo colonial de África» que «avanza con ritmo imparable por los mapas, la memoria y la nostalgia«, «una aventura apasionante en la que los talleres de alta costura, el glamour de los grandes hoteles, las conspiraciones políticas y las oscuras misiones de los servicios secretos se funden con la lealtad hacia aquellos a quienes queremos y con el poder irrefrenable del amor«. Al mismo tiempo circulan por Internet imágenes y artículos que potencian la lectura como «algo sexy» (ese «reading is sexy» que tanto gusta a modernos y hipsters y que suele tener como protagonistas a actores y actrices de cine), en los que podemos ver imágenes de Marilyn Monroe u otras «chicas guapas» con un libro en las manos, destacando la situación meramente física pero no la intelectual. En realidad no es más que «una foto bonita», una especie de icono visual que banaliza la imagen de la lectora (guapa, siempre) ensimismada en un libro (o al menos eso parece).
El libro de Francesca Serra tiene el acierto de poner de manifiesto una realidad y el acuñar un término para la sociología de la literatura, el de la «pornolectora». Si examinamos las cifras de lectoras en nuestro país y la lista de libros más vendidos el panorama puede resultar desolador. La realidad sobre la que Francesca Serra pone el dedo parece cumplirse: los libros dirigidos a las mujeres apelan, más que al desarrollo intelectual, al plano emocional y al entretenimiento. Y en este grupo entraríamos todas, en mayor o menor medida. El reto está en preguntarnos por qué leemos y por qué compramos lo que la industria editorial dice que son los libros que nos gustará leer.
Ficha bibliográfica
El ensayo de Francesca Serra está publicado en España por la editorial Península y la traducción ha corrido a cargo de Helena Aguilà Ruzola. Puedes leer el primer capítulo en este enlace. Nosotros hemos leído la edición italiana:
Francesca Serra, Le brve ragazze non leggono romanzi, Bollati Boringhieri, 2011, 159 páginas.
La imagen de Marilyn Monroe leyendo el Ulises de James Joyce (probablemente el mónólogo de Molly Bloom) fue tomada en 1952 por la fotógrafo Eve Arnold en la finca de Long Island donde Marilyn vivía con el dramaturgo Arthur Miller.