Vivimos por y para decir. Impunemente”. Con estas palabras finalizaba el “no-manifiesto” leído por la poeta Esther Giménez en la reciente presentación del libro Hilanderas, dos volúmenes de mujeres poetas “abocadas a serlo”, de poesía sin concesiones, poesía multiforme en expansión que supone una afortunada propuesta y una merecida recopilación de las voces femeninas en español más sobresalientes del panorama actual.
Hilanderas, publicado por la editorial madrileña Amargord y dividido en dos cuidados volúmenes, reúne a diecisiete jóvenes poetas bajo la premisa de estar en activo, vivas y con una obra “poética” en marcha. Pilar Adón, Eva Chinchilla, Patricia Esteban, Cecilia Eudave, Lucía Fraga, Cristina García Santos, Esther Giménez, Ana Gorría, Guadalupe Grande, Marta López Vilar, Elena Medel, Esther Muntañola, Marina Oroza, Antonia Ortega Urbano, Yolanda Pérez Herreras, Ángela Torrijo y Alejandra Vanessa son diecisiete propuestas y maneras de abordar el oficio poético, cada una con una voz e identidad que reclaman un seguimiento continuado y, en algunos casos, una mayor proyección dentro del complejo mundo de la edición de poesía.
Ante una antología de este tipo, cabrían dos maneras de acercarse a sus páginas. La primera, intentando homogeneizar bajo la etiqueta de “generación” a un grupo de voces poéticas, transitando en el peligroso filo de lo comercial y el paradójico desprecio hacia la pluralidad de la poesía. Y la segunda, reconocer la existencia de un universo de voces diversas, de un conjunto de formas de mirar. De este modo, se podría entender una antología como Hilanderas como una obra de la mirada, del arte de ver y entender el mundo y el propio existir. Una propuesta sensorial en la que las palabras trascienden el género y se transmutan, en definitiva, en poesía más allá de etiquetas y de ruido.
Tantas voces y miradas se recogen, como señala Francisco José Sevilla, encargado de la edición, unidas por temas de corte amoroso, la vida y los puntos de fuga subjetivos. Sin embargo, las poetas aquí recogidas se leen y se sienten más allá de criterios y temática. Hilanderas supone, a mi entender, un excelente ejercicio que busca reunir diversas maneras de “respirar la vida”, como señala Sevilla, con bocanadas dolorosas, en algunos casos, paladeando el recorrido del aire, en otros, y a veces comprendiendo la dificultad que entraña ese acto cotidiano e inadvertido.Sin embargo, Hilanderas es más que un catálogo de nuevas poetas. Es diecisiete maneras de ver la poesía, o quizás, diecisiete maneras de poesía. Poesía como grito, como juego, poesía voluptuosa y serpenteante, poesía palpitante y animal, iconoclasta, provocativa, poesía como medio de búsqueda y reconocimiento. Pero no nos confundamos. Cada una de las autoras incluidas en los dos volúmenes tiene una voz propia y única, lo que permite trascender generaciones y etiquetas. Es de agradecer, en este sentido, la amplia selección de poemas de cada una de las poetas, ya que habitualmente en las antologías de este tipo se ofrecen apenas un par de poemas con el fin de dar cabida a un número superior de nombres. No es el caso de Hilanderas, que ha buscado más que el listado de nombres, la selección fiel a cada una de las autoras.
Así, Hilanderas recoge poesía en la riqueza de sus múltiples facetas. Hay poemas visuales, palpitantes, con versos que se alargan hacia la búsqueda de la comprensión de un espacio íntimo y vital: “Cambia el viento, y/ una parte del cielo/ empieza a comprenderse/ entre las ramas”. Versos de Patricia Esteban que al igual que los de Marta López Vilar -“Porque el dolor no es sólo una costumbre,/ Sino esa manera inhóspita de comprender el frío”-, parecen transitar la vida y la nostalgia recomponiendo la identidad de las poetas. En esta línea ausencia y olvido actúan como catalizadores poéticos, –mientras todo lo demás arde en el olvido/ y sólo añoro la ceniza (Guadalupe Grande)-, moldeando en ocasiones un tipo de poesía exigente y dolorosa como la de Ana Gorría, -“Crecer/ un paso más hacia la muerte”; “Soñar es un héroe abandonado, la soledad del viento”-.
La palabra construye y reconstruye los itinerarios de la geografía poética, en ocasiones como búsqueda y necesidad, “escribir por la noción/ de hacerlo/ así/ como quien clava/ en la madera/ palabras”, tal y como sugiere la poesía de Cecilia Eudave, y en otras como un intento de aprehender el mundo que circunda al poeta, donde Eva Chinchilla discurre con naturalidad.
La poesía también puede ser una especie de cura “verbal”. Aquí Lucía Fraga despliega una poesía potente, tormentosa y cruda, con versos demoledores –“Soy la sombra perpetua”- que luchan contra la mansedumbre de la nostalgia. En el otro extremo se sitúa también la poesía como anhelo positivo -“Nunca es tarde para mirar/ para inundar los ojos de la luz más pura” (Antonia Ortega Urbano)-, una poesía depurada y optimista como la de Marina Oroza.
Hilanderas ofrece matices y espacios. Desde el surrealismo preciso y fresco de Elena Medel a los juegos verbales de Ángela Torrijo, pasando por un tipo de poesía directa y provocativa como el de Alejandra Vanessa o la poesía iconoclasta y conceptual de Cristina García Santos.
Lo poético también se presenta no sólo como oral, sino también como visual e impactante, donde Yolanda Pérez Herreras propone imágenes en busca de provocar respuestas y preguntas en el lector. Una manera de expresividad distinta, al fin y al cabo, que complementa la variedad de miradas de Hilanderas.
Hilanderas es, en definitiva, un itinerario por la geografía de la poesía actual, más allá de lo femenino y de las etiquetas generacionales. Esperemos que en breve Amargord publique un nuevo volumen de “hilanderas” que evidencien el vigoroso y rico estado de la poesía en lengua castellana y la pujanza de un grupo de nuevas poetas “directamente enraizadas con la realidad y la vida”.
VV. AA., Hilanderas (volumen I y II), Madrid, Amargord, 2006.
La imagen es de Cristóbal Alvarado Minic y la he extraído de Flickr.