De los encuentros casuales puede surgir una amistad. Y de la amistad puede nacer el amor. Un tipo de amor. O una relación que entremezcla ésas y más emociones. Así lo cuenta el ilustrador japonés Jiro Taniguchi (1947) en Los años dulces (2008), la adaptación al manga de la novela El mar es azul, la tierra blanca (Sensei no Kaban, 2001), de Hiromi Kawakami (1958). Una historia sobre la soledad y el nacimiento de la intimidad que ofrece la faceta más detallista e intimista del sensei nipón.
La historia original escrita por Hiromi Kawakami se centraba en una peculiar relación de amor entre dos personajes dispares: Tsukiko Oomachi, una oficinista de 38 años que lleva una vida solitaria y monótona, y un antiguo profesor de lengua de su instituto, Harutsuna Matsumoto, ya cercano a la jubilación. A través del trazo de Jiro Taniguchi, la trama de El cielo es azul, la tierra blanca se trasforma en un mundo de encuentros y desencuentros donde la comida y la bebida son punto de unión entre los personajes, que, sin provocarlo, se ven de manera casual en una taberna donde intercambian, entre sorbo y sorbo de sake, impresiones sobre la comida, el pasado y su día a día.
Arropado por la intimista historia de Hiromi Kawakami, Jiro Taniguchi despliega en Los años dulces su poderío como ilustrador, con imágenes llenas de detalle y expresividad.
Tanto Tsukiko como el profesor Harutsuna son dos seres solitarios que buscan, más que conversación, compañía, y entre los que va surgiendo una relación peculiar que mezcla camadería, respeto y cariño. Como los encuentros de la Maga y Oliveira en la Rayuela del argentino Julio Cortázar, en Los años dulces los contactos iniciales de Tsukiko y el profesor son fruto del puro azar, conjurado por el deseo progresivo de Tsukiko de pasar más tiempo con el profesor.
En este sentido, una de las principales virtudes de la historia de Kawakami era la sutileza con la que poco a poco va surgiendo entre los personajes la amistad y, posteriormente, una inusual (y conmovedora) historia de amor, cimentada en una confianza mutua y en los silencios que en ningún momento resultan incómodos. Por su parte, el detallismo del dibujo de Jiro Taniguchi logra crear un mundo y una atmósfera que la propia Hiromi Kawakami ha reconocido en entrevistas que no logró a plasmar en su novela.
Los años dulces: Taniguchi también imagina la vida de los personajes de Kawakami
Los años dulces recrea la historia imaginada por Kawakami pero añade además dos capítulos finales bajo el título «El desfile» que no estaban en la novela original y que Jiro Taniguchi publicó de manera independiente en un volumen ilustrado. Estos capítulos muestran a Tsukiko recordando su infancia y relatando al profesor una simpática historia en la que le explica cómo unos traviesos tengus (yokai o fantasmas del folklore tradicional japonés) la acompañaron durante su niñez en el colegio.
Arropado por la intimista historia de Hiromi Kawakami, Jiro Taniguchi despliega en Los años dulces su poderío como ilustrador, con imágenes llenas de detalle, expresividad y una sutil modulación de los sentimientos que van experimentando sus personajes, en un tránsito hacia el amor y la intimidad. En la misma línea de obras como El caminante, Furari o Los guardianes del Louvre, el maestro Taniguchi consigue admirarnos con una propuesta sencilla en la que el silencio y las miradas esconden un mundo donde aparente no sucede nada, aunque en realidad esté sucediendo la vida.
Jiro Taniguchi e Hiromi Kawakami, Los años dulces (traducción de Víctor Illera Kanaya), Tarragona, Ponent Mon, 2011, 200 páginas.
La imagen de portada (c) Jiro Taniguchi. Cortesía de la editorial Ponent Mon.