Es febrero e invierno, pero el ambiente está lleno de calidez y alegría. La baronesa, que no se separa de su gran bolso, toma un sorbo de su copa de champán mientras Carson besa a Norma. Mira a su alrededor. La casa de estilo victoriano de Carson, sobre el río Hudson en Nyack, es confortable y la comida excelente. Ostras, champán, uvas, soufflé. La baronesa ha cumplido su deseo, en su visita a Estados Unidos invitada por la Ford Foundation, de conocer a dos de los cuatro estadounidenses que más le interesaban. La hermosa Norma y la talentosa Carson no le han defraudado.
Hay una corriente de admiración entre las tres mujeres, sobre todo hacia la invitada de honor, quien pese a su fragilidad aún conserva su porte distinguido e inconfundible. Hay algo momificado en su rostro, un evidente paso del tiempo que contrasta con la frescura de las dos mujeres jóvenes. Pide que la llamen «Tanya», como si estuviera en familia. Observa a Norma, que le parece un pequeño cachorro de león, lleno de vitalidad e inocencia. Va vestida de negro, con un hermoso cuello de pieles. Es divertida, aunque hay algo triste en ella. Carson la besa en la mejilla con cariño. Ella mira a la baronesa. Pese a parecer un espectro, es elegante y solemne, como una esfinge egipcia. Y, aunque delgada, sólida y rotunda gracias a su porte aristocrático. Henry le pregunta algo sobre la dieta de champán y ostras y su salud. La baronesa da un nuevo sorbo y clava en el escritor una mirada gélida. Norma la mira. Se pregunta cómo será llegar a la vejez como ella.
Carson McCullers, Isak Dinesen y Marilyn Monroe en 1959. Los datos de la cena están tomados de las crónicas de The Independent y The Rumpus.