El siglo XIX fue un tiempo de cambios y transformaciones en Europa, tanto en lo social y político como en lo cultural. En el ámbito artístico fue un siglo de renovación y búsqueda, de atracción por culturas y civilizaciones desconocidas o lejanas no sólo en el espacio sino también en el tiempo. Lo exótico era sinónimo de original. Esta novedad llegaba con ecos del antiguo Egipto, Persia, Japón o China, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la influencia traspasó la fronteras europeas impregnando el arte, la decoración y la literatura con ese brillo oriental.
En Francia, sin embargo, este gusto por lo exótico se remonta varios siglos atrás, si bien tuvo su máximo esplendor a finales del XIX. Según indica Ricardo Llopesa en su artículo «Orientalismo y modernismo»(1), el inicio de ese gusto por lo exótico lo marca el escritor y bibliotecario del rey en París Melchisédech Thévenot (1620-1692), cuya obra Relación de diversos viajes curiosos que no han sido publicados(1663-1672) (1692) es considerada como la primera de esta tradición. Le seguirían autores como Barthélemy d’Herbelot, el primer orientalista propiamente dicho, Antoine Galland o Théophile Gautier, «prima donna» del parnasianismo.
La hija de este último, Judith Gautier (París, 1845-1917), también cultivaría obras de gusto orientalista, pero su postura puede considerarse mucho más abierta y personal que la de sus predecesores. En lugar de quedarse con la parte más superficial de la influencia, se volcó en el estudio de lenguas como el japonés y el chino, realizando una auténtica inmersión en la cultura oriental. Fruto de ese conocimiento es El libro de jade (1867), una selección y traducción de poemas de los principales poetas clásicos de la dinastía Tang (s. VII-VIII), edad dorada de la poesía china, y Song (s. X-XIII).
La editorial madrileña Ardicia se ha encargado de verter al español, de la mano de Julián Gea, esta pequeña joya de la literatura francesa y de incluirla como segundo volumen de su catálogo, que inauguró el pasado año con Monstruos Parisinos, del escritor y poeta Catulle Mendès, de quien Judith Gautier fue su primera mujer.
En esta obra Gautier, más que traducir, recrea los poemas, agrupando su selección bajo los grandes temas de la poesía china: el amor, la luna, el otoño, el viaje, el vino, la guerra y los poetas. Se trata de poemas primorosos en los que percibimos mucha melancolía, y donde la sensibilidad que se recrea es la de la sugerencia y los detalles, pura poesía visual y sensitiva que sin embargo no está exenta de narratividad.
El libro de jade, esteticismo oriental
En la prima parte, “Los enamorados”, Gautier recoge piezas cuyo tema principal es el amor, con versos que recrean historias de parejas separadas y anhelantes que se dejan llevar por los recuerdos. En esta sección el elemento vegetal adquiere gran protagonismo y se convierte en símbolo del amor (son frecuentes las menciones a las hojas de sauce, las flores de árboles frutales como el melocotón, etc.), que se observa como una potencia y pasión en ocasiones inalcanzable y fuente de frustración de los enamorados.
El aspecto emocional de esta mirada hacia el amor se enfrenta al esteticismo de los poemas que forman parte de «La luna«. Protagonista absoluta de los versos, en ellos los poetas chinos aluden de manera constante uno de sus principales atributos, la luminosidad, con la que juegan a través de su simbólico color blanco en contraste con el entorno.
Y, de la mirada hacia el astro, Gautier viaja de nuevo hacia la nostalgia, representada por el conjunto de poemas dedicados al otoño. Rememorado en la mayoría de las ocasiones con melancolía, a veces como sinónimo de la soledad, el otoño se asocia con el concepto del invierno y la vejez, siendo una de las partes menos luminosas del poemario.
En esa línea nostálgica se circunscribe otro de los grandes temas de la poesía china, el viaje y los viajeros, que Gautier recoge en las páginas de El libro de jade transmitiendo la sensación de pérdida por la distancia que sufre el ausente de su patria.
Como si quisiera seguir un orden lógico a este tipo de emociones, Judith Gautier sitúa como tema principal de los poemas que componen la siguiente parte del libro al vino, que se presenta como el habitual medio para alejar las penas y conjurar el paso del tiempo y de la vejez. Se trata sin duda de piezas que celebran el poder del vino, aunque lo hacen no sin cierto poso de nostalgia y amargura.
Al igual que la sección dedicada a los enamorados, la centrada en el tema de la guerra aborda la separación en las relaciones amorosas. En estos poemas la guerra simboliza la despedida y suele presentarme a través de la voz de un guerrero que se despide de su esposa, que le está vistiendo para la guerra. Esas separaciones son tristes, pero también dolorosamente felices como el poema «Desde la ventana de Occidente», en el que una esposa, ante la separación, se siente alegre porque con la marcha de su esposo a la guerra va a recuperar su libertad de niña.
La última sección la dedica Gautier a los poetas. En los versos se remarca la Naturaleza como fuente de inspiración, el problema del acto de creación y la soledad, que se contrapone con la figura del guerrero que tiene una esposa de la que despedirse y a la que rememorar en el campo de batalla. Cierra el libro un poema deliberadamente elegido, que habla de la inmortalidad de la poesía: «Pero los caracteres que dejo caer sobre el papel no se borrarán jamás.»
El libro de jade es, en definitiva, una preciosa rareza en la que podemos disfrutar de un puñado de poemas donde prima la musicalidad y la elaboración de escenografías, aunque no falta un toque de narración que ayuda a elaborar las emociones que quiere transmitir el poeta. Sugerencias, al fin y al cabo, que llegan como una visión a través de un jade.
Referencias
Judith Gautier, El libro de jade (traducción Julián Gea, semblanza Remy de Gourmont, postfacio Jesús Ferrero), Madrid, Ardicia, 2013, 126 páginas.
(1) Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 25, Madrid, Servicio de Publicaciones, UCM, 1996, páginas 171-179.
La ilustración de la portada de Ardicia es de Dadu Shin.
La imagen de Judith Gautier está tomada de Wikimedia Commons y tiene licencia creative commons.