Inclasificable es una de las últimas publicaciones de la editorial Impedimenta, El Jardín de los Suplicios (Le jardin des supplices, 1889), de Octave Mirbeau (1848-1917), una obra extraña y compleja que supura por sus páginas todo lo bueno y lo malo del Decadentismo. Así, enraizado en una prosa exuberante y extrema que sumerge al lector en un universo pasional, horrendo y escandaloso, el texto se presenta como uno de los ejemplos más representativos del Decadentismo francés junto a la célebre A contrapelo (À revours, 1884) de Joris-Karl Huysmans.
El Jardín de los Suplicios es un libro de naturaleza escandalosa por diversos motivos. En primer lugar, por sus crudas descripciones, impensables en la época en la que la novela fue publicada, que orbitan sobre dos polos fundamentales: la muerte y el amor en cuanto potencia sexual. En segundo lugar, aunque no por ello menos importante, por la pesimista crítica social que subyace en sus páginas, donde se expone abiertamente la condición corrupta y egoísta del ser humano, en especial la del hombre occidental y europeo. Mirbeau pone el acento en las sociedades opresivas y represoras que se cimientan sobre actos innobles como el asesinato y la tortura, poniendo en evidencia los terribles resultados del colonialismo, sobre todo del francés y del inglés. No es de extrañar que la novela causara un gran escándalo entre los franceses del siglo XIX, no sólo por las descripciones tanto eróticas como brutales que en ella se relatan, sino por el molesto y veraz retrato que de la sociedad francesa se plasma en sus páginas.
Porque un libro que, en su inicio, reflexiona sobre la naturaleza salvaje del ser humano, que ha domesticado, según la teoría del protagonista, su instinto asesino, privándose del placer de la muerte causada por su propia mano, no puede sino causar, al menos, un morboso interés.
Horror y purificación
El argumento de El Jardín de los Suplicios se centra en la historia de su innominado protagonista, un hombre corrupto y sin escrúpulos que, tras un descalabro político, huye hacia Oriente con el único interés de dedicarse a sí mismo y esperar, con paciencia, a que los electores «olviden» su fracaso para poder volver al mundo de la política «purificado» y con nuevos impulsos.
En su travesía hacia la India conoce a una mujer extraña y excéntrica, Miss Clara, una misteriosa inglesa que introducirá al protagonismo en el mundo oriental, mostrándole tanto las bellezas de su naturaleza como los aspectos más oscuros y fascinantes. Entre ellos, los horribles tormentos que soportan los presos de una cárcel china que combina las torturas más «refinadas» con la belleza casi antropófaga de un jardín situado dentro de sus muros.
Huellas decadentistas
Con un argumento prácticamente endeble, la lectura de El Jardín de los Suplicios es, sin embargo, «hipnótica», ambigua y en numerosas ocasiones sofocante. Una novela que, sin ser un gran texto, es uno de esos libros que «toman impulso» página a página gracias a las emociones y experiencias que provoca en el lector. ¿Fascinación por la muerte, el horror y el erotismo más decadente? Quizá éstas sean algunas de las principales bazas con las que juega esta novela que, no obstante, contiene algunas frases de una enorme belleza y, a la vez, un pesimismo feroz.
Así, dentro de la corriente pesimista a la que nos hemos referido anteriormente, el mundo se muestra como una vivencia «del aquí y ahora», donde el porvenir es una circunstancia difusa y dolorosa:
El futuro me parecía más triste y más desesperanzador que los crepúsculos de invierno que caen en las habitaciones de los enfermos. (1)
El amor, por su parte, es una potencia creadora pero, a la vez, insondable y triste:
No me gusta que la gente esté alegre (…) Me causa pena. Cuando se está alegre es que no se ama. El amor es una cosa seria, triste y profunda. (2)
La novela, leída en su conjunto, puede parecer inconsistente en cuanto a estructura y discurso narrativo. Como apunta el editor de Impedimenta, Enrique Redel, en la nota introductora, El Jardín de los Suplicios reúne tres textos publicados en diferentes años y en diferentes periódicos, sin que su autor, al reunirlos en un solo volumen, se preocupara de dotar al conjunto de un tono unificado o consistencia argumental.
No obstante, y dejando a un lado cuestiones meramente estructurales, El Jardín de los Suplicios es una novela poderosa por sí misma. Se trata de un libro «de momentos», «de páginas». Con esto nos referimos a que la principal fuerza del texto reside en determinados pasajes. Mirbeau, parapetado tras un rotundo pesimismo y sustentado por un ánimo crítico que pone su punto de mira en el sistema político francés de su época y en los horrores de las torturas, toma como excusa el tema del amor y la muerte para explorar, con un claro desapego hacia el ser humano, sus pasiones y turbiedades.
Un tema que conviene destacar y al que nos hemos estado refiriendo en varias ocasiones, es el tratamiento del concepto del amor y de la muerte. Mirbeau potencia claramente el discurso antagónico del eros y thanatos, apelando en (demasiadas) ocasiones al erotismo más fácil y evidente.
El amor se trata con un profundo pesimismo y casi desprecio, como una potencia puramente sexual creadora y destructora de vida. Encarnado en la figura de Miss Clara, la histérica y extraña inglesa fascinada por el horror de las torturas, el amor se torna en manos de Mirbeau en la «otra cara» de la moneda de la muerte. Miss Clara, quien encarna el erotismo y el amor sometido a los instintos, es un ser fascinado por la muerte, pero un tipo de muerte que llega mediante refinadas torturas y «artísticos» suplicios. Frente a ella, la muerte, adornada y perfumada por el tétrico Jardín de los Suplicios al que hace referencia el título de la obra, una especie de «edén» monstruoso donde las flores nacen de la sangre de los ajusticiados.
Hay que advertir que la lectura de El Jardín de los Suplicios no es fácil. A veces cautivadora, en ocasiones grotesca y la mayoría de las veces tremendamente dura, la novela exige a su lector un pacto de «confianza». El lector no debe cuestionar lo que está leyendo: debe dejarse llevar por el universo «mirbeauniano». Una vez introducido en la narración, tan sólo tiene que decidir si será capaz de soportar el «tira y afloja» que el escritor mantiene con él: exuberantes y hermosas descripciones, en ocasiones rozando el lirismo, que se tornan de repente en espantosas relaciones de torturas y alusiones sexuales.
Se tome el camino que se tome, El Jardín de los Suplicios es una curiosa novela que vale la pena leer por su valor dentro del movimiento Decadentismo y por la brutal experiencia que propone al lector. La literatura, además de buenos argumentos y entretenimiento, también puede ser lo que nos propone Mirbeau en esta novela: una fragante y exótica flor que mirada de cerca exhala un perfume pestilente, grotesco y asfixiante.
Referencias
(1) Mirbeau, Octave: El Jardín de los Suplicios, Madrid, Impedimenta, 2010, pág. 61.
(2) Ibidem, pág. 107.