Gritos, insultos, voces desconocidas, empujones. Decenas de jóvenes que levantan el brazo en un gesto obsceno y exaltado. A su izquierda, el obispo Pla i Deniel. A su derecha, los militares. El rostro sereno e impasible de Miguel de Unamuno, que se dirige a su coche para escapar de la ira de los falangistas, parece mostrar cierto disgusto. Quizá resignación. Quizá tristeza. Está recordando acaso lo que acaba de suceder en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Entre los gritos alguien susurra lo que ha pasado. Dicen que el rector se enfrentó a Millán-Astray durante del discurso de éste para celebrar el «Día de la Raza». Que se levantó y dijo: «Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España«.
Unamuno, harto de que el templo de la inteligencia estuviera manchado por las palabras de los golpistas, atrincherados en la ciudad episcopal, habló. Dos meses y medio más tarde, sometido a arresto domiciliario, tiró la toalla.
Miguel de Unamuno, 12 de octubre de 1936, Universidad de Salamanca.