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‘Abel Sánchez’, de Miguel de Unamuno

Escribía Miguel de Unamuno en el prólogo a la segunda edición de su novela Abel Sánchez, en 1928, que «el público no gusta que se llegue con el escalpelo a hediondas simas del alma humana y que se haga saltar pus» . Es posible; muchos lectores valoran la historia sobre el análisis de aspectos que le enfrenten con sus propias debilidades y no todos están dispuestos a ver el pus de la infección.

Miguel de Unamuno

Cuando Unamuno (Bilbao, 1864, 1936) escribe Abel Sánchez en 1917, su obra estaba experimentando un giro sustancial. El escritor vasco recupera un modo narrativo de corte más realista que el desarrollado en obras anteriores, como Amor y pedagogía (1902) y Niebla (1913), planteadas como un fingimiento de la realidad de lo contado en el texto que aparece manifestado como pura ficción. Tras veinte años alejado de este tipo de narración (abandonado tras la publicación de Paz en la Guerra (1897)) Miguel de Unamuno retoma el viejo modelo narrativo pero lo dota de un aspecto distintivo: su firme vocación de buscar nuevas formas de expresión y ahondar en la interioridad de sus personajes.

Abel Sánchez es una de esas obras de nuestros clásicos a los que es indispensable acercarse, no sólo por el planteamiento de su historia, sino por ese don de saber narrar construyendo una novela de cierta ambición literaria y estilística.

Esas nuevas formas de expresión llegan mediante la elección del modo narrativo. Abel Sánchez está construida como una novela confesional, un género que permite transmitir los pensamientos y pasiones de los personajes de manera más directa y elaborada, ayudando a construir voces creíbles y verosímiles. De este modo, «…quedan sólo realidades íntimas sustentadas en el mínimo suficiente de circunstancias o exterioridad«.  En su novela, el escritor da la voz al protagonista, Joaquín Monegro, porque no le interesa recrear de manera verosímil el mundo que le rodea. Quiere penetrar en la interioridad de su criatura, abrir con escalpelo a su personaje y mostrar las simas hediondas de su alma.

Dado que la novela confesional permite la construcción y análisis del interior de los personajes, la trama principal de los acontecimientos deja de tener un papel relevante. Al elegir un relato bíblico como base de su novela, Miguel de Unamuno prepara el terreno para esa vivisección que quiere mostrar ante el lector, que no tendrá necesidad de estar preocupado por la marcha de los acontecimientos al conocer el trasfondo narrativo y moral de la historia. Abel Sánchez nos habla de manera secundaria de la vieja tragedia de los hermanos Caín y Abel, entre los que se interpone la envidia, pero se centra en la agonía de la pasión que sufre su protagonista.

En la versión unamuniana de la historia bíblica son dos amigos de la infancia, Joaquín Montenegro y Abel Sánchez, los que se presentan como diana del drama de la envidia. Joaquín Montenegro evoca sus recuerdos a modo de memorias que relata a su hija Joaquina, mostrando de manera descarnada la dolorosa pasión que le ha acompañado durante toda su vida. Estas memorias, contrastadas con la narración en tercera persona que las acompaña, permiten al escritor vasco elaborar un análisis del proceso íntimo de Joaquín Monegro en su lucha contra la envidia.

Abel Sánchez y las dualidades

Miguel de Unamuno trabaja, como en el relato bíblico, con las dualidades. El inevitable desdoblamiento basado en la historia de Caín y Abel no sólo es temática, sino que también se produce un desdoblamiento formal de la novela: por un lado, encontramos una narración en tercera persona y, por otro, las memorias que Joaquín escribe a su hija. Doble versión de los hechos.

Son también dobles los tiempos narrativos: el tiempo de la confesión (anterior al del relato), y el del propio relato, y duales igualmente los personajes, establecidos bajo el paralelismo de lo masculino y femenino. En este sentido, lo que hace Unamuno es construir a sus personajes mediante el contraste: por un lado, el envidioso y angustiado Joaquín Monegro se opone al vanidoso Abel Sánchez, mientras que la modesta y resignada esposa del protagonista, Antonia, es opuesta a la altiva mujer de Abel.

Al mismo tiempo Unamuno enfrenta otros contrarios de mayor categoría, como son el arte y la ciencia, personificados en los personajes protagonistas. Sin embargo, el escritor difumina los límites, hablando de aquello que es artístico en la ciencia y de lo técnico en el arte.

Abel Sánchez es, en definitiva, una de esas obras de nuestros clásicos a los que es indispensable acercarse, no sólo por el planteamiento de su historia, sino por ese don de saber narrar construyendo una novela de cierta ambición literaria y estilística. No abundan los unamunos en nuestra época.

Referencias

Miguel de Unamuno, Abel Sánchez. Una historia de pasión (edición de Isabel Criado Miguel), Barcelona, Austral, 2011, 191 páginas.

La imagen está tomada del Diario de Salamanca.

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